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A vueltas con el petróleo

A finales del pasado mes de abril y por primera vez en la historia, los contratos de futuros sobre el barril West Texas (índice del petróleo americano) con entrega en mayo 2020 cotizaron en negativo ¡hasta -38 dólares por barril! Los productores tuvieron que pagar a los compradores para que se lo llevasen, pues los almacenamientos estaban repletos. La noticia no es anecdótica sino que responde a una situación estructural ¿Qué sucede? Hay demasiado crudo en circulación porque se ha invertido un exceso de dinero en nuevos yacimientos, especialmente en los de esquisto (shale oil) en EEUU y Canadá.

El oro negro, un combustible barato y eficiente, permitió el fulgurante desarrollo del mundo en el siglo XX y dio a su impulsor EEUU poder y riqueza. Sus grandes empresas, lo que se llama coloquialmente BIG OIL es considerado el poder factico más importante de Norteamérica hasta el punto que su voluntad y la del gobierno americano tienden a confundirse (de poco sirvió al Congreso en 1911 dividir la Standard OIL de Rockefeller en las llamadas Siete Hermanas en base a lay antimonopolio). BIG OIL y poder americano son sinónimos. El petróleo circula hoy por todas las venas de las economías del mundo, y no solo como energía sino también como petroquímica: plásticos, pinturas, textiles, medicinas, fertilizantes que llenan nuestra vida diaria. Muchos países crearon sus propias petroleras (España, por ejemplo, CAMPSA, antecedente de REPSOL, en 1927) para no conceder un instrumento tan vital a un poder foráneo.

En el siglo veinte el petróleo y su control han dictado la política exterior de EEUU sobre todo en Oriente Medio o América Latina y esta sustancia viscosa ha engrasado las ruedas del poder no solo americano sino también del resto del mundo pagando casi todo, golpes de estado, guerras, paces, prosperidad, desarrollo…

Y así ha sido durante más de un siglo pero su exceso ha llevado a contaminar el aire, las aguas de ríos y mares y las tierras (esquisto), y la opinión pública ha obligado a las petroleras a borrar sin dilación la huella de carbono, C02, de la que nadie duda ya que está afectando gravemente al clima y al planeta. Para ello se están haciendo grandes inversiones para limpiar el fondo del barril. Los bancos las financian, sumando a este monto las cuantiosas inversiones ya realizadas en nuevos yacimientos difíciles y caros. La fidelidad del cliente final, remisos como somos a prescindir de coches, aviones e infinidad de productos, permite ejecutar esta estrategia de endeudamiento de empresas energéticas a plazos largos. Los estables márgenes de kerosenos, gasolinas y la petroquímica eran una garantía para estos créditos. Pero en esto llegó el COVID-19 frenando en seco economía, consumo e inversiones, y el negocio dejo ver límites y debilidades. Los gobiernos están dando abundante circulante a los bancos para no ahogar a las empresas pero se entrevé que esto es estructural: se va a vender menos crudo y refinado y las gigantescas inversiones en nuevos pozos e instalaciones tendrán dificultades para ser rentables. A esta deuda hay que sumar los costes de controlar los pozos abandonados por pequeñas petroleras, especialmente en América con la caída de precios del crudo, y que están emitiendo libremente a la atmósfera metano que es 40 veces más contaminante que el CO2.

Sin embargo, en los países en vías de desarrollo la situación es diferente. El camino para salir de la pobreza pasa por disponer energía barata y eso, hoy por hoy, solo lo dan los combustibles fósiles, en especial petróleo y gas. La contaminación, piensan, es algo secundario, un problema de ricos. Que en Pekín o Delhi no se respire es algo secundario frente a la necesidad de crecimiento.

El mundo se debate ante una difícil ecuación ¿Cómo lograr no parar el crecimiento y transitar a cielos limpios y aguas claras, que ya no son un capricho sino una necesidad para la especie humana? ¿Qué plazo es necesario para acomodar la maquina energética y lograr reducir drásticamente la huella de carbono? Las petroleras, que han hecho cuantiosísimas inversiones en yacimientos e instalaciones caras y complejas, precisan plazos muy largos para amortizarlas de sus balances. Los sindicatos de bancos que las han financiado piensan igual y minimizan ante la opinión pública el grave problema del calentamiento global con gran aparato de lobbies, publicidad, etc…, pero los hechos son tozudos y la reducción de la huella de carbono sin dilación es inevitable. Y todos lo saben.

Parece que se entrevé el comienzo del ocaso de una época: la del oro negro que tiene apellido americano. Sus días no han acabado, pero su prepotencia sí. La economía verde y el coronavirus han provocado una tormenta casi perfecta.

¿Cómo resolver la ecuación de compaginar cuidado medioambiental y crecimiento económico? Solo invirtiendo masivamente en tecnología, nuevos procesos, métodos, mejoras, depuraciones se pueden lograr la transición temporal que permita limpiar la intolerable contaminación, buscar alternativas energéticas aquí y en los países en desarrollo para no parar empleo, trabajo y sustento al mundo ¿Y podrán financiarlo las petroleras?

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