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Luis M. Alonso

Opinión

Luis M. Alonso

Sol y sombra

Dicen que no hay nada más doloroso para un rey que la abdicación, salvo cuando tras ella el rey se ve empujado al exilio. Aunque, en realidad, todo esto del dolor haya que medirlo en términos relativos cuando se trata de un Borbón. Doloroso, lo que se dice doloroso, es perder a seres queridos por el covid-19, quedarse sin empleo o incluso no llegar a fin de mes. A Juan Carlos I, que tuvo tiempo suficiente para pensar en lo que podía acarrearle su inexplicable codicia después de una etapa brillante como jefe de Estado, al menos le aguarda un exilio dorado en la República Dominicana o en Abu Dabi, bajo el paraguas blindado de los dadivosos jeques. Es facultad del ser humano de posibles elegir mediante sus actos el destino. El rey, cada vez menos emérito, apostó por el suyo de manera más caprichosa y voluble que su padre y que su abuelo, que no tuvieron la historia de cara. Pocas veces ha sido tan estruendosa la voladura de un prestigio, que se consolidó con el paso de la dictadura a la democracia y el valor indiscutible de su liderazgo en unas circunstancias excepcionales de la historia. De la decisión del viejo monarca de abandonar España para evitar más daño a la Corona, presionada por el propio Gobierno, puede que convenga quedarse con la firmeza de Felipe VI de no transigir en la ejemplaridad, antes que con el gesto postrero de lealtad institucional de su padre, pero lo justo sería mezclarlos para hallar la medida exacta de las cosas. O del dolor, para aquellos a los que les embargue la melancolía por el anciano que deja el hogar que habitaba desde hace 60 años. De los líderes de Podemos no cabía esperar en este asunto, como en otros muchos, más que mezquindad. En medio de un río de lágrimas de cocodrilo, ellos aparentan sentirse indignados por la «huida» del rey al que todos supuestamente quieren perder de vista.

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