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Enésima oleada

La respuesta social al virus invisible

El hombre ha evolucionado a la par que el virus y otros agentes infecciosos de variada maldad. Algunos científicos dicen que la primera célula apareció en la Tierra después de que el virus campease a sus anchas. Es un demonio ultramicroscópico que convive en la casi nada, ahora bien, cuando sale a dar un garbeo la especie humana queda con el culo al aire. En un reciente trabajo, el filósofo y polemista Bernard-Henri Lévy, "Este virus que nos vuelve locos", revisa el doble efecto del coronavirus: la pandemia en sí, por un lado, y del otro, la respuesta al miedo que provoca en la sociedad un enemigo invisible y devastador. Las pestes, plagas, epidemias, pandemias, llamémosla como más nos disguste se suceden desde tiempo inmemorial, los latinos ya describieron el virus, veneno, y sucesivamente, recibimos los humanos la visita del perverso bichito de forma global o parcialmente. Se entendió de varias maneras la intrusión de esta peste. Desde los que culpan al mal como un castigo por el descuido y la ofensa a los dioses, a los que están más en la tierra y creen que el descuido fue de los hombres por no contar con la presencia aletargada del virus, exceso de confianza. Entre las oleadas más aniquiladoras que nos precedieron están la gripe española o asiática (1918) con un saldo de 50 millones de muertos, la de Hong Kong, en 1968, que deja un saldo de víctimas que roza los 10 millones, el brote de SRAS en 2003, y suma y sigue, oleadas y más oleadas, el mismo perro pero con distinto collar: virus, muerte y miedo. Las citadas pestes quedaron imprudentemente olvidadas entre las páginas de la Historia. Y pecamos de capullos, ¿había alguna razón para que no sufrir otro ataque? No, si hasta Bill Gates lo anunció. Y vino otra, estamos sufriendo la última pandemia, el covid-19, hablar de ella en pretérito pasado sería faltar a una realidad y un error estratégico de primera magnitud. La bomba nos cayó encima y como ratoncitos asustados corrimos a guarecernos en las cuevas. Las grandes ciudades se vaciaron. El papel higiénico de los hipermercados también. El Gobierno sacó pecho y ni al recreo nos dejó salir. ¿Bien hecho? A mi modo de ver seguro que sí. El virus y el miedo nos comieron la tostada. Del virus y como cuidarse está todo dicho. De lo segundo, he quedado patidifuso. Ante una catástrofe de esta magnitud se desata un civismo y una solidaridad de supervivencia extraordinarias, nuestros sanitarios y ciudadanos de a pie, desde distintas organizaciones humanitarias, dieron algo más que el do de pecho. Hasta aquí, bien. Pero, les juro, que mi estupor surge al comprobar lo perverso que esconde el hombre cuando el barco hace agua. Cito de pasada el bastardo mercadeo con material sanitario, mascarillas y respiradores, y su especulación; la absoluta falta de unidad de acción de nuestros políticos especializándose algunos, y siguen en ello, en poner palos entre los radios de las ruedas, aquí y en Europa; la proliferación del bulo en las redes con la malsana intención de enfrentarnos, dicen, que hasta para echar abajo bares de la competencia; la irresponsabilidad de un grupo de población que se pasa por el arco del triunfo las medidas del Gobierno y morados a cubatas expanden el virus a placer que salta de unos a otros a ritmo de reggaetón. Con estos presupuestos en defensa, los rebrotes se convertirán en la enésima oleada. ¿La definitiva?

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