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Daniel Capó

La letra K

Más que la V o la U, son las fauces abiertas de la K las que nos sugieren el sentido depredador de la futura recuperación

El trazo de las letras esconde significados metafóricos. Para hablar de una recuperación explosiva, los economistas utilizan la imagen de una V, que refleja una caída tan abrupta -la del segundo trimestre de 2020- como acelerado sería el rebote. Otros, más prudentes, ha preferido ceñirse a la suavidad ondulada de la U: un descenso rápido y una subida también veloz, tras un falso llano que se podría alargar algunos trimestres. A mediados ya de agosto hay, sin embargo, una nueva letra de moda: la K. Lo explica el analista John Mauldin en su última newsletter. La K dibuja una sociedad rota, divergente, que se desplaza en sentidos opuestos. Habrá sectores de la economía, como los relacionados más directamente con las nuevas tecnologías o la biomedicina que se verán claramente beneficiados con la pandemia. Otros, en cambio -pienso sobre todo en el sector servicios-, sufren una catástrofe de dimensiones bíblicas para la cual resultaba muy difícil prepararse y más difícil aún es saber cuándo se normalizarán.

La K subraya, con sus fauces abiertas, el sentido depredador del momento que vivimos: miles de pequeñas y medianas empresas cerrarán; otras serán rescatadas, o sobrevivirán como zombis, gracias a los créditos del Estado. Las críticas a la globalización se aceleran a medida que la clase trabajadora y las nuevas generaciones sufren las consecuencias de la precarización laboral. El pesimismo de Occidente contrasta con el optimismo relativo de Asia. También da la sensación de que el corazón del mundo late en un lugar distinto: se desplaza hacia el Pacífico o persigue la vasta geografía de las nuevas rutas de la seda. Como en cualquier otro siglo revolucionario, la riqueza se concentra en unas pocas manos: fortunas que sustituyen el oro antiguo por uno nuevo. La economía se torna abstracta, cada vez más despegada de los activos tradicionales, que respondían al nombre de “fábricas” o “equipos”. Cualquier start-up puede llegar a valer más en unos pocos años que la mayor cadena hotelera o que una socimi. Los bancos agonizan con los tipos en terreno negativo y el incremento previsible de la mora. Las superficies comerciales y el centro de las ciudades se vacían a medida que caen también los viajes de negocios y el turismo de congresos. Asistimos en directo a un gran cambio: una muda dispuesta a dinamitar muchas de nuestras antiguas seguridades. De hecho, el centro de la letra K es un punto diminuto que nos indica el debilitamiento de las clases medias y el agotamiento del ascensor social. Se sube o se baja, pero difícilmente se pasa de un segmento a otro.

La K es económica y social, pero también representa una geografía. Los países industriales resistirán mejor que los especializados en servicios; los que cuenten con un alto capital cognitivo aguantarán mejor que los centrados en el uso intensivo de mano de obra barata. Hay una estrecha relación entre la economía abstracta y las virtudes de un ecosistema rico en I+D, en universidades de referencia, en higiene fiscal y políticas públicas de calidad. Esto por supuesto no se improvisa, sino que es consecuencia de un esfuerzo sostenido durante décadas de inteligencia y decisión. Todo lo contrario a malgastar el futuro con debates tan cainitas como estériles

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