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Javier Cuervo

De la Zarzuela a la opereta

“El emérito en el emirato” nos lleva a la opereta con su sonoridad de “Carlo Monte en Montecarlo”. Tiene de la obra de Jardiel Poncela y de Jacinto Guerrero la aliteración y el escenario de despilfarro.

Por su propia voluntad y su humor involuntario, Juan Carlos I es, ahora, un rey de opereta emérito y extrañado. El último acto de esta figura histórica de España tiene una trama disparatada con una bella mujer, varias maletas de dinero, un elefante, un batacazo...

En su cuesta abajo, cuando la inercia corría más que sus pies, hizo la elección equivocada entre “salida discreta” y “huida ridícula” y ahora canta el rey emérito entre un coro de príncipes arábigos de turbante, túnica y chilabas, en el confort del mármol pulido y la alta refrigeración que aíslan del desierto que son los Emiratos Árabes Unidos, un país, excedente en arena, piedra y sol.

En esa monarquía federal constituida sobre la mayor bolsa de petróleo del planeta, un río de dólares ha hecho un campo de maniobras de la insostenibilidad ambiental y un laboratorio arquitectónico de la verticalidad del que han salido ciudades prósperas que recorren en coches de alta gama magnates servidos por semiesclavos. Estos millonarios patrocinan príncipes del balón y jinetes de la bicicleta a los que han arrancado la lengua por contrato para que no hablen acerca del modo de vida de un país en el que se castiga con latigazos, apaleamiento o cárcel lo que aquí se entiende por salir el fin de semana.

Conocido el destino del Borbón, urge saber quién paga la cuenta, si se debe algo del minibar, porque no es la primera vez que Juan Carlos lava esa suciedad medieval con su imagen de monarca de una democracia europea y, si es posible, sacarlo de allí para que su nuevo look de rey de opereta no afecte al país que reinó.

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