Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Luis Sánchez Merlo

La destitución

Una vez más, la desdicha radicó en el método. Dos horas reunidos para desgranar los respectivos memoriales de agravios con el resultado de una risotada estrepitosa por quienes se alegran de ese final.

El regocijo de los destinatarios de revolcones oratorios, coincidiendo con el desfogue semanal, que tanto turbaba a los de su partido, estaba cantado desde que concedió una entrevista dominical a El País.

Esa destitución fulminante será recordada como la derrota de una irreverente que ya está entre los caídos por tener la osadía de ser independiente.

Los instigadores de su laminación se han quedado sin el principal ariete para librar la «batalla cultural» que la derecha tiene pendiente con la izquierda dominante. Los albardanes se han salido con la suya y se han cobrado la pieza.

Combativa y lúcida para escarnio de sus conmilitones, en esa entrevista póstuma expresó una verdad sin matices: «España es ese país insólito donde el centro y la moderación los deciden el nacionalismo y la extrema izquierda».

La conocí hace pocos años en la cafetería del Hotel Palace. Andaba por entonces ocupada en reactivar aquel movimiento cívico transversal, «Libres e Iguales», del que era portavoz, contando con Arcadi Espada, Fernando Savater, Félix Ovejero, Mario Vargas Llosa, Albert Boadella, Andrés Trapiello, entre otros.

El ingenio destructor de talento en los partidos, como revela este episodio, le daba pie a defender la democracia, «que va por encima de cualquier sigla política».

Lo decía, en 2017, quien se atreve, rara avis, con los tabúes: «Nuestra Constitución, imperfecta como todas, consagra varios anacronismos vinculados a derechos históricos. Ahí están también los privilegios fiscales vascos. La monarquía no es el único».

Un verso suelto contra la contemporización con los nacionalistas, que ha ido mermando a su partido hasta quedarse en el chasis en el País Vasco y en Cataluña.

Los numerosos críticos, que no le pasan una, han recordado como argumento de autoridad que, como candidata por Barcelona, perdió la mitad de los votos que su partido obtuvo en 2016.

Ajena al lenguaje deportivo de la política, no entendían que ella estaba en la batalla cultural: «Cada vez son más las voces que se alzan contra la espiral identitaria y rechazan la discriminación y la intolerancia, lo que ahora llaman cancelación».

En los últimos comicios gallegos, el baranda lo dejó claro: «Si viene, eso no me ayuda a ganar, porque le puede gustar a los nuestros, pero ahuyenta a los otros». Pero parece que no le ha bastado, la quería fuera de la nomenclatura del partido. Y tenía sus razones ya que, al tener «opinión propia», no se ceñía a los socorridos argumentarios de campaña.

La ahora destituida insistía en una idea que parece que nadie defiende en su partido: una coalición de gobierno con el PSOE, «que habría evitado la grave crisis política que vivimos y permitido encarar las profundas reformas que España necesita».

El problema para una maverick funcional como ella, es que el presidente del Gobierno, «un tacticista que ha mentido de forma sistemática y ha manipulado sin pudor, hizo una coalición ultra con un partido radical, liderado por un republicano de hojalata, otro que participó en un golpe de Estado y los herederos impenitentes de una organización terrorista».

No terminó ahí y se volvió a salir de la pista exponiendo su opinión sobre la salida del rey Juan Carlos: «No debió marcharse. Debió dar una explicación a los españoles. Los hechos, ciertamente lamentables, jamás debieron ser objeto de una negociación política».

Cuando terminó la tenida con quien la había elegido, la purgada, según los vertederos sociales: «inhumana, prepotente, arrogante, fría, despótica, elitista, soberbia, altanera, rubia, pija, aristócrata, extremista, con acento argentino, engreída, dogmática», desgranó las causas invocadas para el despido.

Tres «desdichas»: mantener un perfil propio con intervenciones «heterodoxas», su posición ante determinados asuntos como los Presupuestos o la renovación del Poder Judicial y la «guerra cultural»: el feminismo radical, la Memoria Histórica, la dictadura y la Guerra Civil como argumentos políticos...; «algo que al jefe no le interesa».

Con esa cortés inclemencia con que se funciona en política, se le retribuían los servicios prestados con la misma medicina que ella había delatado: «Un partido no debe ser una estructura militar. La libertad no es indisciplina».

Abiertas las discrepancias, «la tendencia a la emoción, es muy propia de nuestro tiempo», la que fue breve portavoz parlamentaria (dominio del léxico, claridad meridiana, elegancia verbal), desnudó, con una sonrisa, la realidad del relevo, «considera que mi concepción de la libertad es incompatible con su autoridad en el partido».

De modo que la destitución cabe interpretarse como una rendición, en la medida en que se renuncia al talento y a los arrestos de decir las cosas como son. De ahí el regocijo de quienes, incomodados, resultan beneficiarios de la depuración.

Quienes dentro de su partido han conspirado para liberarse de ella, han matado la inteligencia y las verdades molestas. Han preferido la mediocridad a la brillantez y quitar de en medio a quien más desazona a los contrarios.

No resulta persona fácil porque va de frente y eso está penalizado en tiempos de pandemia. Aunque ganaría adeptos, si dulcificara sus intervenciones, entre quienes rechazan sus formas y consideran el contenido impecable.

La derecha española, al pasar de cobarde a sumisa, resulta indescifrable. En este caso, comete un error, al prescindir, sin apelación posible, de quien suelta verdades como puños a los de la bancada de enfrente. Justo lo que no quieren escuchar.

Renunciar a quien se escapa del discurso dominante de la clase política, más preocupado de no ofender a nadie que de comunicar algo, es un triunfo para los grises de proximidad y una victoria para la izquierda que la detesta.

Ha desafiado la hegemonía de lo políticamente correcto y lo ha pagado caro.

En cualquier caso, no se puede seguir dilapidando el exiguo talento político de que disponemos. Y, esta vez, lo peor es que, como alguien sin firma ha dejado escrito: «la gaviota pierde un par de huevos».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats