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Gerardo Muñoz

Momentos de Alicante

Gerardo Muñoz

Matalino Pusa: un cadáver en La Ereta

Los inspectores Pepe Amat y Pepito Carratalá visitaron la casa del farmacéutico José Gadea Pro, en la calle San Francisco 26, el martes 19 de junio de 1888, a las 9 de la mañana, para que su esposa, Remedios Beneyto, viera la fotografía en la que aparecía un gato con un crucifijo y parte de una gargantilla colgando de su hocico.

Remedios no lo dudó. Tras observar la foto con ayuda de una lupa, dijo que, efectivamente, el crucifijo que portaba el gato formaba parte del colgante que le había sido robado en su propio dormitorio, durante la madrugada del domingo anterior. También informó a los policías de que su criada María García no había regresado ni tenía noticias de ella.

IEn la agencia de colocación

Marcharon luego ambos policías, acompañados por dos agentes de vigilancia, hasta la calle del barrio de Santa Cruz donde estaba la agencia de colocación de sirvientes que había ayudado a encontrar trabajo a María García y a otras dos criadas, las cuales servían en las residencias de doña Luisa Pasqual de Bonanza y del barón de Finestrat, donde se habían producido asimismo robos de alhajas.

Tardaron en abrir la puerta del primer piso donde se hallaba domiciliada la agencia de colocación, que realmente, como ya había comprobado el inspector Amat en una visita anterior, no era más que una vivienda pequeña y extravagante. Uno de los agentes se quedó en el portal.

Fue la propia dueña de la agencia y de la casa quien abrió la puerta: Magdalena Pons, una mujer obesa y sesentona que vestía una amplia túnica oriental de seda, cubría su canoso pelo con un pañuelo a juego y calzaba babuchas. Su orondo cuerpo ocupó casi por completo el vano de la puerta. Amat le preguntó si podía recibirles, para hablar de un asunto importante. La mujer los miró con sus ojos marrones y escondidos sobre grandes mofletes durante un instante, antes de apartarse para dejarles pasar.

Los policías siguieron a Magdalena hasta la sala principal y, al igual que le ocurriera a Amat la primera vez que la visitó, Carratalá y el agente se sorprendieron de la exótica decoración que había en aquel piso del casco antiguo de la ciudad.

Había numerosos gatos en el pasillo y la sala. Los policías trataron de identificar entre ellos al que aparecía en la foto, que tenía un pelaje semejante al del leopardo, pero no lo vieron. Supusieron que habría más en las otras estancias de la casa.

El olor a incienso de sándalo se esparcía por toda la casa desde una naveta de bronce que había sobre el aparador. Estaban abiertas las puertas del pequeño balcón donde había dos macetas, en las que había un geranio y una planta gatera. Media docena de felinos estaban alrededor de esta última, oliéndola y frotándose con sus hojas. Desde el exterior entraba una suave brisa cargada de olores diversos, mezcla de pan recién cocido, sal marina, vapor de máquina y estiércol.

Magdalena dejó caer su orondo cuerpo en un sofá, que se lamentó con un inquietante crujido, y enseguida varios gatos se acercaron a ella, restregándose en sus pies y piernas, posándose en sus rodillas y hombros. Ella los acarició mientras respondía a las preguntas de los inspectores, que se quedaron de pie. El agente permaneció junto a la puerta de la sala.

-Mántuc no está. Salió ayer por la mañana temprano y aún no ha vuelto, lo cual es raro. Algunas veces se pasa el día fuera de casa, pero siempre vuelve, aunque sea muy entrada la noche. Le encargué que hiciera varias gestiones para la agencia, como la de buscar chicas para colocar de sirvientas. No es tarea fácil, pues deben reunir una serie de cualidades que, por desgracia, no son muy comunes hoy en día -dijo Magdalena con su voz aguardentosa, en respuesta a una pregunta del inspector Amat.

-¿Reconoce a este gato? -preguntó Amat mientras Carratalá le acercaba a la mujer una foto.

Magdalena buscó unas lentes entre el montón de objetos depositados sobre la mesa grande y redonda que había delante del sofá, se las puso y, nada más mirar la foto, dijo con seguridad y media sonrisa:

-Es Matalino Pusa, el gato de Mántuc. En tagalo significa, literalmente, Inteligente Gato. Le llama así con razón. Es muy listo. Lo recogió en las calles de Manila cuando era un cachorro de pocas semanas. ¿Cómo es que tienen una foto suya?

Dicho esto, Magdalena extendió el brazo hacia Carratalá para devolverle la fotografía, pero este le ofreció una lupa que había extraído de uno de los bolsillos de su uniforme y Amat le pidió:

-Tenga la bondad de mirar con ayuda de esta lupa el hocico de Malatino?

-Matalino -le corrigió ella.

-Eso, Matalino. Haga el favor.

Magdalena se separó del respaldo del sofá y volvió a observar la foto a través de la lupa.

-Parece? Sí, es un crucifijo que cuelga? No entiendo de dónde? -balbuceó confundida.

-Es una gargantilla que fue robada en la madrugada del domingo en casa del farmacéutico Gadea, donde está sirviendo una criada a la que usted ayudó a colocarse, María García -dijo Amat.

Los gatos se separaron asustados del cuerpo de Magdalena cuando se levantó bruscamente del sofá. Lo hizo con una agilidad sorprendente, envuelta en un efluvio denso y pestilente que brotó del sofá y que enseguida se adueñó de la estancia, arrojando por el balcón al agradable aroma a sándalo. En su mirada y en su voz se reflejaba un asombro que parecía auténtico. Mientras ella devolvía la foto y la lupa a Carratalá, Amat continuó diciendo:

-En los últimos días se han producido robos de joyas en dos casas más, donde están sirviendo criadas que encontraron el trabajo gracias a su agencia. Demasiada casualidad, ¿verdad?

Magdalena miró a Amat con los párpados entornados, empezando a comprender la gravedad de la acusación que estaba insinuando. El veterano inspector prosiguió:

-También es demasiada casualidad que las tres criadas estuvieran fuera de las casas, por hallarse de libranza, cuando se produjeron los robos, pero es evidente que son cómplices. Ellas aplicaron aceite de oliva sobre las alhajas para indicar al ladrón cuáles debía llevarse y le informaron de los sitios, ventanas o balcones, por los que podría colarse el gato Matalino, que está muy bien amaestrado, como demuestra esta fotografía, para llevarse pequeñas pero valiosas joyas.

Mientras escuchaba al inspector, Magdalena había abierto mucho los ojos, aunque apenas si se notaba porque estaban hundidos entre la frente carnosa y los carrillos hinchados.

-Les aseguro que no sé nada de esto, que nada tengo que ver con esos robos? -acertó por fin a decir encogiéndose de hombros.

-¿Dónde está este gato? -le preguntó Carratalá señalando la foto.

-Se lo ha llevado Mántuc. Son inseparables -contestó.

-Vístase. Debe venir al juzgado a declarar -le ordenó Amat.

-Pero yo no sé?

La tímida protesta de ella fue atajada por Carratalá:

-Debe declarar ante el señor juez, aunque sea como testigo. Él decidirá si es usted inocente.

-¡Maldito manobo! -maldijo Magdalena, antes de añadir-: Ahora comprendo esa extraña visita de María García? Se presentó aquí el domingo por la tarde. No la vi, pero la oí discutiendo con Mántuc en la entrada. No sé de qué hablaron, pero estaba bastante alterada.

En La Ereta

Los dos agentes se quedaron en casa de Magdalena, para acompañarla al juzgado una vez se hubiese vestido. Amat se adelantó para pedirle al juez que ordenase el arresto y encarcelamiento de las dos criadas que servían en casa de doña Luisa Pasqual de Bonanza y del barón de Finestrat. Carratalá marchó hasta comisaría, donde se enteró de que había sido encontrado el cadáver de una joven en la Ereta, en un descampado situado en la ladera del monte Benacantil.

Cuando Carratalá llegó al lugar donde unos niños habían hallado el cadáver, los camilleros se disponían a subirlo a un carro para trasladarlo al hospital, siguiendo las instrucciones del juez de guardia, que estaba presente, acompañado del inspector jefe y de varios agentes de seguridad. Más de una docena de personas que vivían en las casas más próximas observaban la escena entre murmullos. Pasaban unos minutos del mediodía, el sol brillaba en el centro de un cielo despejado, no corría nada de aire y hacía bastante calor.

Carratalá vio el rostro de la muerta, pero no la reconoció. Debía tener poco más de 20 años de edad. Uno de los guardias que había hablado con algunos de aquellos vecinos le dijo que no se sabía su nombre, pero que se decía era criada en una casa del barrio nuevo.

El carruaje que portaba el cadáver fue guiado por el carretero despacio ladera abajo, recorriendo la calle de los Platos en dirección al barrio de San Antón, donde estaba el hospital. El inspector Carratalá acompañó al carro, pero antes, siguiendo un presentimiento, le ordenó a uno de los agentes que marchase en busca del inspector Amat, para pedirle que fuera también al hospital.

Una hora más tarde, Pepe Amat identificó a María García en el depósito de cadáveres del hospital de San Juan de Dios. Según los forenses que se preparaban para realizar la autopsia, era evidente que había sido estrangulada.

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