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Matías Vallés

El profesor presencial está en los detalles

La primera particularidad de la película La profesora de piano es que su protagonista no es profesora de piano. Al contrario, interrumpió bruscamente su formación por un desajuste pedagógico que abordaremos en este artículo, si nos queda espacio. El título original de la película alemana es Lara, aunque es de sobras conocida la incapacidad del público cinematográfico para descifrar palabras de cuatro letras. El alargamiento artificioso de tan sintético encabezamiento debió incluir el desenlace de la cinta en el enunciado.

La protagonista de esta extraña y extraordinaria película abandonó los estudios de piano porque su mejor profesor le anunció que nunca alcanzaría la cima. En la escena clave, el avejentado pedagogo (spoiler) le comunica a su discípula que por el contrario era una superdotada, y que solo quiso ponerla a prueba. Es decir, la colisión tan frecuente en Alemania entre dos personalidades graníticas privó al planeta de una Martha Argerich. Esta moraleja sirve para analizar el conflicto guerracivilista sobre la inauguración del curso escolar. Entre otras cosas, porque no tenemos más películas cultas que enarbolar. La profesora de piano confirma la influencia decisiva y no siempre negativa que un profesor incluso sanguinario puede ejercer sobre sus alumnos superdotados, aunque sin alcanzar la cumbre shakespeariana de Whiplash. Lo crucial es que la intervención divina del educador despótico no se sustanció durante sesiones interminables, sino en un lance mínimo y ocasional de consecuencias colosales. Este detalle iluminador irrumpe en el debate de la educación presencial contra la virtual, a favor de la primera.

El profesor presencial está en los detalles. El mundo abunda en alumnos agradecidos a la educadora que les abrió nuevos horizontes en asignaturas odiosas. Sin embargo, este influjo redentor se desmarcó del programa para centrarse en una frase al vuelo, quizás en un despliegue gestual. La conexión electrónica que hoy persiguen una mayoría de educadores con inusitado celo es más perfecta que la corporal, lo cual dificulta la interacción. Las distancias se agrandan, se pierden las referencias en que se basa la emulación de los cachorros. La educación virtual y viral conduce a la paradoja de acudir a un concierto en un estadio, para contemplar a la estrella solo a través de las gigantescas pantallas que orbitan el escenario. Curiosamente, conseguir un máximo de educación para un máximo de personas exige un mínimo de distancia.

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