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Rasputines

Los válidos adquirían notoriedad cuando el gerifalte al que servían no daba la talla o pretendía desentenderse de sus obligaciones en el cargo. Así les pasó a Richelieu y Mazarino, pero también a Lerma, Olivares o Antonio Pérez. Conocemos las andanzas de estos personajes bastante más que las de los monarcas y papas a los que asistieron, precisamente por acaparar autoridad en la sombra y manejar los hilos entre bambalinas.

Sucede, sin embargo, que estas figuras encajan regular en democracia, en donde se escoge a alguien para que imprima su propio sello, jamás para que otros lo hagan por él sin tan siquiera presentarse ante el electorado. Contar con expertos que ayuden en esa labor ejecutiva o legislativa nada tiene que ver con permitir que el Rasputín alcance tan fuerte protagonismo que se le deje hacer y deshacer a su antojo. La complejidad del mundo actual puede demandar el concurso de asesores técnicos que contribuyan a la gobernabilidad, nunca de sosias que dirijan un país como su cortijo, fijando estrategias y objetivos que tampoco pasan por las urnas.

La falta de criterio, unida a la mediocre dimensión personal o al vacío ideológico en los líderes domesticados por estos Maquiavelos de chicha y nabo, suelen ser terrenos bien abonados para sus peculiares manejos. De ahí que su tarea pivote en la alquimia demoscópica, el astuto marketing o la comunicación, traducida hoy en permanentes campañas mediáticas en las que no siempre resulta imprescindible decir la verdad. Detentar el poder al precio que sea es el principal cometido de estos flamantes gurúes, por eso la política ha degenerado en un mero juego de sondeos y encuestas artificiosas, ladinos golpes de efecto, informaciones o desinformaciones prefabricadas para meter o sacar del foco asuntos favorables o delicados para el jefe, y tácticas de genuina manipulación a través de formatos tradicionales o mediante los modernos algoritmos.

Que algunos de estos penosos corifeos hayan ejercido de mercenarios en formaciones antagónicas, confirma que su propósito consiste solo en colaborar a que se alcance o se conserve el mando, con independencia de cualquier ideal, doctrina o principios. Son ya irrelevantes las visiones del porvenir cimentadas en pensamientos de mayor o menor calado. O iniciativas concretas que puedan beneficiar en ámbitos determinados. Todo pasa ahora por lo que elucubre a salto de mata el taimado edecán, que cada día tiene preparado para su señor, dependiendo de los vientos reinantes, una suculenta ensalada a base de pamemas, ademanes y ardides diversos.

Desde luego, sorprende que aquellos que se envolvían hasta hace poco en las banderas de la nueva política, y que con gran aparato verbal denunciaban las tenebrosas fuerzas ocultas que regían nuestros destinos, hayan acabado sucumbiendo a estos enigmáticos encantadores de serpientes, a quienes ni se les conoce tantas veces el tono de voz. La acentuada reserva con la que actúan entre bastidores y su enorme influencia no merece tampoco censura para aquellos que hicieron de la transparencia su santo y seña, porque una cosa sigue siendo predicar y otra dar trigo.

Si el que gobierna no es el elegido, sino el ventrílocuo de turno, ya me dirán para qué demonios sirven los partidos, los parlamentos, los programas electorales y el mismo régimen democrático. Era lo que nos faltaba, que dejásemos las riendas en manos de individuos diferentes a los que votamos. A este paso, terminaremos confiando en máquinas y reduciendo a cenizas al mejor de los peores sistemas.

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