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Francisco Esquivel

Desde el remanso

Tomamos la nacional sin pisar desde navidades, camino de la Meseta, en el reencuentro con el volante de larga duración. Al igual que siempre, más de uno se embala. Durante el rodeo de Madrid, la radio local cuenta que el teatro vuelve a la calle Embajadores, hablan clásicos de la escena, la boca se nos hace agua, entran tentaciones pero el anuncio de que las salas de proximidad andan a punto de reabrir calma la ansiedad. Además, zambullirse en el barullo cuando el destino es opuesto se sale del guión. Y no está la cosa para dislates.

Llevamos cerca de cinco días rodeados de silencio. Nuestro rincón rural es la casa familiar en la que los críos fraguaron su crecimiento verano a verano haciendo de su capa horaria un sayo. En el pueblo solo queda gente mayor, unas docenas, que apenas sale y que se escabulle en cuanto detecta la presencia de forasteros, aleccionada probablemente por sus vástagos a distancia tras la escabechina padecida en el indescifrable mundo de las residencias. Con la abuela somos tres los que convivimos en el caserón donde las citas anuales solía juntar a veintitantos con lazos de sangre, más los perros de rigor. Este agosto solo se escucha al gallo que cacarea hasta en la siesta, el muy canalla, deseando oir a alguien aunque sea a él mismo.

El río, que tuvo en el siglo de Oro fama de bicho por la cantidad de inundaciones que propició tras nacer por Silos y antes de ir a parar al Pisuerga, hace tiempo que vive en el valle de recuerdos. Pero, al caer la tarde, se puede ir a Fuente del Olmo y refrescarse con el agua de la cascada que nace de la piedra antes de dar la vuelta y que la puesta de sol sobre el páramo deje absorto. No sigo no vaya a ser que haya por ahí un botellón cerca y les dé el día.

Por años el contacto con el exterior fue a través del fijo de la vecina. Con el portátil se cuela en la actualidad la presencia incluso de plebe que preferirías que no existiese. Pero en un retiro así, no pasa nada: desconectas y estás, por fortuna, perdido para la causa...de aquellos que, con abrir el pico, ya se sabe. Los mendas contagian.

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