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La astuta mujer de negocios que pone en jaque a la monarquía

El 28 de septiembre Corinna Larsen prestará declaración ante la Audiencia Nacional -presencialmente o por videoconferencia, eso aún está por ver- y lo hará como imputada en el "caso Villarejo". La ha llevado ahí su afición por la caza mayor: reyes, príncipes, duques, elefantes... Lo que se le ponga a tiro. Corinna Larsen es, además de una dama de evidente atractivo, una astuta mujer de negocios. Supo hacerse invisible cuando la situación lo requería, esperar y elegir el momento más certero para disparar una andanada de escabrosas revelaciones, dejando a la Monarquía española gravemente herida. Lo hizo sin despeinarse y con elegante indiferencia. Corinna Larsen es una ventajista de libro, con pocos escrúpulos y mucho talento para ganar dinero y voluntades. Eso lo sabemos por lo que ella misma ha contado.

Lo que ha ido trascendiendo de su relación con la Familia Real española y sobre sus negocios por todo el mundo deja pocas dudas al respecto. Siempre hubo y habrá Corinnas, mujeres y hombres que saben jugar sus bazas, con talento y sin cortafuegos éticos, capaces de elevarse a un estatus inimaginable para quienes viven a ras del suelo, que somos la inmensa mayoría. No es nada nuevo. Lo que desconcierta y no se entiende es cómo una sola persona, habilidosa, pero en cualquier modo insignificante en el plano político, pueda bastar para desestabilizar el sistema constitucional que sostiene a todo un Estado, el español, y que es la Monarquía parlamentaria. Que el modelo monárquico se ha quedado trasnochado es evidente.

La fotografía de la actual Familia Real española, normativa, convencional, asentada en los valores tradicionales, queda vistosa en las páginas de las revistas pero no se acomoda demasiado a la de la mayoría de las familias españolas. Si a los súbditos les parece una imagen forzada, a los personajes que aparecen en ella mantener la pose les debe resultar agotador. En el caso del Rey emérito, a la vista está. Corinna Larsen salió del otro lado del espejo en el que se reflejaba aquella imagen, falsa, de una Monarquía ideal, heroica, como de cuento, e hizo estallar el encanto. Tanto como para que el protagonista de la historia tuviera que salir corriendo, a escondidas y repudiado por su propio hijo.

Lo que empezó como un enredo sentimental ha acabado en un escándalo institucional y ha puesto en evidencia las debilidades de una Monarquía más personalista y más ajena al control político de lo que resultaría conveniente. Los hombres y las mujeres deben estar a la altura de sus responsabilidades, pero si no lo están, cosa que sucede a menudo, una sociedad madura tendría que disponer de mecanismos para ponerles freno, porque las instituciones, especialmente aquellas de las que depende el futuro de un país y sus ciudadanos, deben estar por encima de las debilidades humanas. En pleno siglo XXI se exige a los Reyes que renuncien a su humanidad y si no logran hacerlo se deja que la institución se tambalee.

No hay vigilancia ni control. Se presupone una ejemplaridad que no se asienta en ningún hecho concreto. Basta una lengua desatada para hacer caer el castillo de naipes. De la injustificada impunidad que se le concedía antes al Rey se pasa a un linchamiento público, sin presunción de inocencia que valga. Corinna Larsen se ha cobrado una pieza mayor de lo que ella había planeado. No es solo un Rey, es la institución monárquica la que ha dejado tocada. Muy desprotegidos y descuidados debían estar cuando eran tan fáciles de abatir.

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