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Daniel Capó

Desde la barrera

Sánchez, desde la barrera, busca volver como salvador cuando las autonomías imploren su ayuda

A la vuelta de las vacaciones, la estrategia de Moncloa parece ya bien definida: abandonar las autonomías a su suerte para que Pedro Sánchez llegue como salvador -con la fuerza del Estado y el dinero europeo- cuando la situación se torne incontrolable. Así evita mancharse y mete presión sobre las comunidades con mayor peso del país. El objetivo, lógicamente, es Madrid -la ciudad más castigada por el coronavirus en la primera ola y un bastión de voto conservador-, a la espera de que la luna de miel con Cs se traduzca en una moción de censura contra Ayuso.

La rumorología madrileña apunta en esa dirección, alentada por las campañas de acoso que la presidenta de la Comunidad sufre desde los medios cercanos al PSOE y por la tensión interna que se respira en su gobierno. Por supuesto, la maniobra de desgaste impulsada por Redondo tendrá efectos secundarios en muchas otras autonomías -algunas afines-, sobre todo si la apertura de los colegios y la llegada del otoño actúan como aceleradores de la pandemia. El coraje a menudo se mide por la prudencia y esta es una de esas ocasiones: el valor ahora mismo consistiría en no abrir los colegios hasta que la onda epidémica gire a la baja y entre en un territorio razonable de contagios. Pero seguramente se optará por lo contrario, confiando en un milagro que difícilmente va a producirse. El coste en vidas de las malas decisiones no parece importarle a nadie. No es la primera vez ni será la última.

La estrategia de Moncloa, decía, pasa por dejar hacer hasta que las autonomías imploren el rescate. Maquiavelo ya recomendó esta táctica en sus consideraciones sobre el príncipe. Nada hay que no haya sido escrito o pensado previamente. El PP de Casado, en cambio, prosigue su curso sin norte ni sentido. Se ha quitado de encima a Cayetana Álvarez de Toledo -eslabón natural con Ciudadanos- en nombre de un presunto giro al centro, aunque quizás la idea sea otra: pactar con Sánchez el retorno al bipartidismo y heredar de nuevo el poder cuando toque, de aquí a unos años. Una España sin Cs ni Podemos sería un país más manejable, como lo fue en los ochenta y los noventa. El problema es que Sánchez no va a pactar nada y si lo hace será poco fiable, ya que el PSOE dispone de un abanico de alianzas variables que dependen en su mayor parte de la demonización de la derecha.

A Casado le quedan unos pocos meses para entender de qué va el juego. Ha fracasado en su labor de modernización programática del conservadurismo español y, aunque mantiene el tono mediático, habla mucho y dice poco. La moción de censura que ha presentado Vox para septiembre tendrá efectos sísmicos sobre los populares, poco acostumbrados a que les pisen el terreno desde la derecha identitaria. Lógicamente, la guerra cultural no puede beneficiar a partidos sin un mensaje claro ni un proyecto nítido, como le sucede ahora al PP. Son unos pocos meses donde se va a jugar mucho: la gestión de la pandemia, el cierre de la economía, las fusiones bancarias, la persecución al rey emérito€ Y cada uno va ocupando su lugar: Sánchez, desde la barrera; Casado, perdido en el foso; Iglesias, buscando salvarse de la caja B; y los presidentes autonómicos en primera línea.

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