Creo que va siendo hora de retomar y recuperar la validez de un Palacio de Congresos para Alicante. Tal vez este sea el momento y el pretexto que nos permita analizar y poner encima de la mesa el lugar más idóneo para esta arquitectura singular de la ciudad.

Criterios a tener en cuenta con el «lugar» para no tropezar en la misma piedra como ya ocurrió con el Castillo de Santa Bárbara (monte Benacantil) bien declarado BIC. Sea cual fuere éste el lugar, la arquitectura debería respetar los entornos, los ecosistemas preestablecidos, optimizar el paisaje y mejorar la ciudad. Sólo con estas premisas cumplidas tendríamos mucho andado en la elección del lugar para lo edificatorio.

Hace unos años el alcalde de la ciudad y su gobierno municipal decidieron ocupar las faldas del Benacantil por su parte oeste. Esta pretensión en estado avanzado, tras mucho pelear con la interposición de recursos, se tumbó en el Tribunal Superior de Justicia y más tarde ante el Tribunal Supremo.

La historia nos muestra uno de los mayores absurdos cometidos contra la naturaleza, contra el sentido común y contra la razón, aún hoy demostrable. La llegada de Carlos V a Granada se conoce por el importante pronunciamiento en materia de despropósitos. Éste quedó asombrado por la sublime concepción de los atemperamientos de los espacios de la Alhambra y de lo que de ella emanaba. Pudo comprobar la perfecta simbiosis entre la obra arquitectónica, las condiciones del medio y el respeto al entorno. La arquitectura fue fruto de la sabiduría, del aprovechamiento del medio, de las características de la naturaleza que ésta le brindaba. Respuesta recíproca entre el espacio abierto y el espacio atemperado.

La Alhambra transformó un medio agreste en un ecosistema de enorme contenido en biomasa, en un ámbito rico y abundante en organismos vivos.

La Alhambra es un gran exponente de la arquitectura como hecho ecológico. Concibe espacios intencionadamente húmedos, compensados con espacios intencionadamente secos. Genera alternancias con arrojos de luces y sombras. Armoniza la frescura de sus patios con lo cálido de sus espacios interiores. Toda ella es un constante y permanente zig-zag de color, aroma y agua.

La sinrazón llega cuando Carlos V toma la decisión de demoler media Alhambra y hacer desaparecer parte de su magia, del entendimiento entre lo natural y la idea de lo atemperado, de lo emanado por la perfecta sintonía entre fortaleza, agua y boscaje.

Sobre lo derribado construye su palacio. No pudo ser una decisión más torpe, una actitud más bárbara. Lamentable hecho para el resto de la humanidad.

Hoy el palacio de Carlos V es un apéndice inorgánico inútil. Queda en un ínfimo plano como elemento meramente residual de lo que nunca debió hacerse. No luce su arquitectura. No tiene sitio, no tiene lugar. Se encuentra descontextualizado, está sin patria. Que el futuro palacio de congresos no tenga tan triste final. A punto estuvo de cometerse una temeridad semejante en esta ciudad.

Un palacio de congresos necesita de singularidad pero no sólo por sus formas (que además) sino por el respeto al medio y porque el entorno permita su asentamiento. Lo haga suyo.

El lugar del palacio debe ser un espacio abierto, dispuesto a recibir al conjunto edificatorio. Ello implica el máximo respeto y entendimiento con todos los elementos preexistentes que le rodeen.

¿Qué ocurriría si al Partenón se le privase de su cima y de su posición en escorzo?

¿Qué ocurriría si el espacio que preside el Taj-Mahal se ocupara a través de edificaciones?

¿Caben unas pirámides sin desierto, cuando parte del misterio que las envuelve lo asume el medio?

No desvinculemos la obra de su medio. La arquitectura lo es cuando media la medida del espacio. Respetemos siempre los entornos, la idea de lugar.

En la ciudad hay suelos aptos para tal obra. La ciudad debe crecer compensada, que se le permita la permeabilidad gradual en función de su morfología. La ciudad no debe nuclearizarse, debe mostrar condiciones ideales para la conservación de sus entornos, de su paisaje, debe abrirse.

Las tensiones de los núcleos urbanos provocadas por intensidad de tráfico y densidad edificatoria, tienen su antídoto a través de la existencia de biotopos, de zonas verdes. La ciudad es un ente, un órgano nada homogéneo, pero no debe ser impedimento para que exista el justo equilibrio tremendamente compensado.

La ciudad deseada debe ser respetada en todas y cada una de sus partes. No olviden que son estructuras orgánicas y heterogéneas, y lo verde, que es la otra parte de la balanza, por donde debemos buscar el equilibrio, debe primar tanto como prima lo edificatorio, pues de otra manera estarán o estaremos ejerciendo de simple mímesis de Carlos V.