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Fernando Ull

Adiós con la mano

Este verano que ya termina, tan extraño y tan diferente a ningún otro vivido, se convertirá con el paso del tiempo en uno de esos acontecimientos que quedan grabados en la memoria colectiva de una sociedad. Se harán comparaciones y las personas de más edad contarán cómo fue vivir durante el confinamiento y explicarán aquel verano del 20 como nuestros abuelos contaban el año del hambre una vez finalizada la Guerra Civil española.

Visitando a mis padres en su retiro segoviano, encontré en su casa fotografías mías en pequeños marcos colocados en los anaqueles de las librerías o en los álbumes que guardan en perfecto orden. Algunas de esas fotos comienzan a tener esa pátina especial que tienen las fotografías de hace años, aunque estén impresas en papel de alta calidad. Llega un momento en nuestra vida en que comenzamos a ser una fotografía antigua y aunque para nuestra memoria la imagen captada aquel día sea un momento casi reciente, como si lo hubiéramos vivido hace poco, la imagen que se refleja se encarga de recordarnos que el tiempo, que como dijo Quevedo ni vuelve ni tropieza, comienza a dejarnos atrás. Alguien verá, quizá, algún día, una de esas fotografías. Qué pensará al verlas, me pregunto. Tal vez si era feliz o cuales serían mis preocupaciones.

Este verano mis hijos han comenzado a bucear solos. Hace un par de años, sobre todo el menor, todavía se agarraban a mi cuello cuando gracias a su máscara de bucear veían el fondo del mar a ocho metros de profundidad. Este año, sin embargo, han nadado solos. Yo, les acompañaba y a veces tenía que ir detrás de ellos porque me dejaban atrás. El mayor, con diez años, ha atrapado algún pececillo en su red después de una minuciosa búsqueda en las aguas menos profundas. ¡He atrapado un pez!, exclamaba extendiendo los brazos con una sonrisa en su rostro. Y al verlo me di cuenta de que la paternidad es, probablemente, una de las situaciones más injustas y difíciles a las que debe enfrentarse un hombre. Después de desvivirte durante años por su salud y seguridad con cientos de noches en vela preocupado por cualquier aspecto que tenga que ver con ellos, de presente o de futuro, un día te das cuenta que, en realidad, no te pertenecen. Son de la vida, del mundo o como quiera llamarse. Desde este verano tengo la sensación de que debo ir apartándome poco a poco. Sólo los necios pretenden ser protagonistas hasta el último día de las vidas ajenas. Con el paso del tiempo hay que hacerse a un lado poco a poco, para que sean otros los principales actores de esta película que nunca tiene un final feliz.

El último día de agosto, con el coche lleno del equipaje, subí un momento a la terraza de nuestro apartamento de la playa. Desde hace años, desde que sentí que el tiempo comenzaba a alcanzarme, me gusta despedir el verano con un sencillo ritual. Me acomodo en la barandilla de la terraza y me quedo mirando el mismo mar de todos los veranos que sin embargo es tan distinto cada año. Distinto porque nuevos recuerdos se suman a los ya vividos. Me veo descubriendo el mar de niño y pienso en aquel caballito de mar que vi flotando solo a unos centímetros de mí con cinco o seis años. También pienso en aquellos interminables días en los que navegaba, en mi época universitaria, con mi vieja tabla de windsurf. Después vinieron mis primeros paseos por la playa con mis hijos aún muy pequeños y ahora se unirán los días en que buceaba con mis hijos. Estiro el brazo todo lo que puedo y digo adiós a todo eso. Al mar de este año y a los que se han ido quedando cada verano en el fondo de la memoria. A los recuerdos y a lo que queda de ellos.

Como dije al principio, alguien mirará unas fotografías antiguas y se preguntará cómo fueron nuestras vidas durante el confinamiento y aquel verano del 20. Si el siglo XX fue el de la destrucción y las guerras, el XXI ha comenzado teniendo que enfrentarnos a un desafío que no conocíamos desde la gripe de hace cien años. La diferencia es que en esta ocasión los medios para dejar constancia de lo ocurrido son muy numerosos.

Termina el periodo estival y una nueva década se incorpora a los recuerdos del verano. El inicio del curso escolar marca en realidad el principio del periodo laboral, más incierto que nunca. No se sabe cómo, pero lo malo pasará. Y de este año yo recordaré, con el paso del tiempo, aquel grito de he cogido un pez y constatar que mis hijos ya no se agarraron a mi cuello, aunque el fondo del mar estuviese muy profundo.

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