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Luis Sánchez Merlo

Ascuas, hombros y sardinas

El presidente del Gobierno, que llevaba siete meses sin hablar con el líder de la oposición, ha vuelto de las vacaciones veraniegas con buen color, impertérrito al tirar de refranero: “Nadie tiene derecho a no arrimar el hombro (al Gobierno) por tener otra ideología".

En su plática de arranque del curso político, y como contrapartida a la demanda de apechugar, todos, ha ofrecido 40 meses de estabilidad, paz social avalada por la coalición progresista que gobierna, con el objetivo esencial de pagar una deuda infinita.

Aunque no parezca importar tanto, la exigencia de apoyo a las cuentas públicas se produce cuando el proyecto de Presupuestos Generales del Estado se encuentra todavía en fase de confección.

En esta ocasión, una escenografía escasa de contenido, recordaba aquellos tiempos en que se proclamaba la pertenencia de nuestro país a la Champions de la economía mundial. Ahora, la maestría de los estrategas estaba dirigida a maniatar a la oposición, dejándola en una odiosa posición insolidaria, si dice que no, o esposada a unos presupuestos quizás irreales, si dice que sí.

El auditorio estaba poblado de representantes de lo que se conoce como ‘el Ibex’, en su mayoría gestores con salarios millonarios. Se echaba en falta a los empresarios que se juegan sus dineros, los de polígono. También a pequeños y autónomos.

Al estar las cuentas vinculadas a las ayudas europeas, los más dúctiles no han dudado en asistir. No en vano, la mayor parte depende, en gran medida, del sector público. De modo que escabullirse de la invitación y disgustar al poder, que hinca su imperio en el BOE, no era plan. Cabe la posibilidad de que los escaqueados queden anotados en una de esas libretas. 

Pero el Ibex no estaba en la Casa de América. Estaba en el parquet. Y la respuesta a la demanda (más dirigida a la renuente oposición que a los broncíneos), fue una caída de más del 2%. 

A falta de directrices precisas y coordinadas para el regreso a las aulas, de protocolos para las residencias de ancianos o de planes para los territorios más castigados por la pandemia, se van amontonando cuestiones de mayor cuantía, como la prolongación y pago de los ERTE a los trabajadores o el cobro del ingreso mínimo vital.

Los datos que apuran los contornos del futuro, y vaticinan un temido quebranto social, se yuxtaponen. Según el Banco de España, la deuda pública alcanza el 114 % del PIB; para el BBVA, nuestra actividad económica se sitúa un 12,3 % por debajo del período anterior a la pandemia; cerca de 90.000 empresas han sucumbido ya; las exportaciones han sufrido una caída del 16 % en la primera mitad del año; según el Consejo General del Notariado, en el segundo semestre la compra de viviendas a manos de extranjeros se ha desplomado un 50 % y Exceltur alerta de una pérdida en 2020 de cerca de 100.000 millones de euros en el sector turístico.

Un país con 122.000 millones anuales en subvenciones, el 10 % del PIB, es un inasumible pozo sin fondo. Lo grave es que cuando se ingresa menos de lo que se gasta, el resultado inevitable es una calamidad a medio o largo plazo, pues la maldita realidad lo arruina todo.

A juzgar por los anuncios, está descartado un gobierno de concentración nacional, lo que será considerado por muchos una obcecación disparatada. La última que lo propuso, portavoz del primer partido de la oposición, acabó destituida.

La reiterada pretensión, ‘arrimar el hombro’, ha sido puesta en tela de juicio por disconformes hacia la propaganda de pancarta (‘España Puede’), con reminiscencias lectorales conocidas. Los más críticos se han valido de la locución ‘arrimar el ascua a su sardina’, una muestra más del fecundo refranero español, para denunciar “a quienes, en determinadas circunstancias, aprovechan la ocasión o coyuntura que se les ofrece para aquello que les interesa o importa”.

Al decodificar los sinergólogos (dedicados a descifrar la mente humana) el lenguaje corporal, han detectado que el discurso carecía de espontaneidad y, en algunos momentos, cuando se refería a la unidad, aparecían gestos de rechazo. Cabe suponer que dirigidos a los revoltosos.

En la performance, han podido sorprender las risas postizas, mezcladas con aplausos mecánicos a los asistentes. Esta moda nacional (se aplaudir todo, siempre, a todos) es ya una novedad social que se ha impuesto con energía.

Pero lo que manifiesta y lamentablemente faltó fue un diagnóstico riguroso de la situación y la apelación a las reformas pendientes, a los planes para revertir el liderazgo de los récords (paro, deuda, déficit, subvenciones…).

En definitiva, a todo aquello que pudiera alentar a ‘arrimar el hombro’. Se echa en falta seriedad en los planteamientos y compasión en las conductas. Sobra oquedad.

A “los que se enfrentaron a la curva”, a los parados, a los pequeños comerciantes, a los restauradores, a tantos esfuerzos individuales, no les aquietan refranes castizos, quejas de barra, planteamientos ingenuos o recetas caducadas.

Lo supo expresar, con precisión, Federico García Lorca: “El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida”.

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