Podemos va a ser cada vez más un nuevo y curioso objeto de contradicción digno de estudio. Hay cosas en las que el partido de Iglesias por su propia ideología no tiene más remedio que oponerse. Una de ellas sería el propio chalé de los jefes en Galapagar, obviada como es natural desde el primer instante, otra es esta inevitable de la fusión de CaixaBank y Bankia que los morados consideran “una noticia preocupante”. ¿Cómo no? Es lógico, tratándose de una organización comunista que no apoye las aventuras privadas de las altas finanzas y se desilusione, aunque solo sea fingidamente, por las esperanzas defraudadas de una gran banca pública. Ahora bien ¿hasta dónde alcanza la escenificación y a dónde nos conduce la realpolitik? En el caso podemita no demasiado lejos, desde que ha asumido la necesidad vital de mantenerse a toda costa en el Gobierno como primer y único objetivo.
Por esa razón hay que empezar a distinguir entre lo que significa plantear una oposición o simplemente revolverse para no contrariar demasiado los “principios” originales del 11M. Iglesias explica en las redes sociales que le ha dicho a su socio Sánchez que no tiene sentido privatizar Bankia después de que se haya saneado con dinero público. No es que no le falte razón pero tampoco sobra la energía. Sánchez, que le da igual ocho que ochenta, habrá pensado ¿y a mí qué me cuentas?. Lo único preocupante para el presidente del Gobierno es concluir la legislatura en la Moncloa, y en el fondo al vicepresidente le ocurre otro tanto de lo mismo. Va a tener que tragar carros y carretas, con el presupuesto, las sociedades políticas que Sánchez vaya entretejiendo para cumplir con sus fines, con el dinero europeo prestado y todo lo que venga. Con la euforia del poder recién alcanzado, en febrero explicó que el Presidente estaba de acuerdo con él en que tiene que haber una banca pública en España. Sí, sí, ya lo sé.
