Uno de los valores sobre los que se sustenta una sociedad es el de la educación. Cuanto más educados, atentos y dispuestos son los ciudadanos en atender las necesidades de los demás, y de respetar sus culturas, creencias y la forma de estar, más próspero es ese país y más rápido superan las desdichas y dramas como el que ahora estamos viviendo de la expansión del virus. Y ello, porque cuando hay educación y respeto hacia los demás hay solidaridad en el desarrollo de la vida diaria. Y cuando no existe esa educación y ese respeto por los demás reina la insolidaridad.

Esto es precisamente lo que ha ocurrido en el mundo, y, sobre todo, en nuestro país, dadas las cifras, en los dos últimos meses. Porque cuando todos los ciudadanos se han tenido que confinar para vencer el avance del virus y nos han vuelto a «abrir la puerta», se ha olvidado el respeto y la educación, que tampoco la habían recuperado los que no la tenían en el confinamiento, pero se han vuelto a evidenciar las posiciones insolidarias que hacen prevalecer estas posturas de ausencia de respeto por los demás, por encima del interés general y colectivo, que es el que debería prevalecer.

Mucho se ha hablado y escrito sobre las fórmulas y formas de darle la vuelta al calcetín a una sociedad que se ha ido desprendiendo de sus valores positivos, como la educación, el respeto, la lealtad, la disciplina, o la solidaridad y en la que en momentos de crisis sanitaria y económica, como el actual, lo que hacen es acrecentar los defectos de los ciudadanos y hacer más daño, colaborando a que la crisis sea más crisis, que si las conductas y formas de comportarse de los ciudadanos hubieran sido otras.

Si hubiéramos contado con unas sociedades más respetuosas y educadas, las directrices dadas como recomendaciones y orientaciones acerca del mal de la pandemia se hubieran observado a rajatabla y no hubiera hecho falta imponer órdenes y sanciones en casos de incumplimiento. Pero se ha demostrado que cuando se ha recomendado a la ciudadanía que no haga eventos, reuniones, y se junten unos con otros en cifras importantes, o que se controle el ocio, la respuesta ha sido mirar hacia otro lado y buscar más el interés personal que el colectivo, demostrándose que la recomendación no produce el efecto deseado, cuando la pérdida de valores y del objetivo del interés general se convierte en interés particular.

Porque, al final, los valores que marcan la esencia del ciudadano que pretende el bien colectivo, porque de ahí dependerá su interés individual, son los que establecen las diferencias entre unos países y otros. Ahora bien, si algo se ha demostrado es que la pérdida de valores está tan extendida, que, en términos generales, las cifras de la época post pandemia se han incrementado en todos los países. Prueba evidente del mal general que constituye una pérdida de los valores generalizada, cuando son éstos los que deben marcar la evolución de una sociedad para, recuperándolos, reconstruir las sólidas bases que permitan volver al crecimiento económico y social de las naciones.

Sería algo así como «resetear» las sociedades enteras para reconvertirlas en una ciudadanía capaz de empezar desde «0» otra vez en valores. Manteniendo los avances que nos han permitido construir sociedades prósperas, pero con unos valores que se han extinguido en un porcentaje elevado de la población y que es el factor que hace daño a ese otro gran porcentaje que sí los cumple y se sorprende de ese volumen de personas que, por su estilo de vida individualista y ajeno al interés general, nos lleva a todos a estar en una situación de crisis, que al final es de un modo de vivir y comportarse, más que de otro tipo de factor.

Por todo ello, si hay algo que mejorar en la sociedad es la educación, porque detrás de una buena educación recuperamos el respeto a los demás, que acaba siendo un respeto a nosotros mismos. Y ello, porque los intereses individuales que se demuestran últimamente en decisiones de los ciudadanos que miran más por sus fines personales, que por los de la sociedad, quedan marcados por la ausencia de los valores que las sociedades necesitan para regenerarse. Así, si de algo carecemos ahora, en su mayoría, es de la enseñanza que nos haga recuperar esos valores perdidos. Y esto puede venir obligatoriamente por la capacidad normativa para regular todo lo que afecte y perjudique al interés general cuando se demuestra que la responsabilidad individual es inexistente, ante la carencia del debido respeto a los fines colectivos. Y una vez hecho esto, por la reeducación que nos lleve a la recuperación de los valores perdidos. Enseñarnos de nuevo a conocer en qué consiste la educación y el respeto. Valores perdidos a reencontrar sí o sí.