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Joaquín Rábago

Cuando parecía que Trump no podía caer más bajo….

Hay que reconocerle una cosa al inverosímil presidente de EEUU: su capacidad para sorprendernos continuamente. Cuando parecía que no podía caer más bajo, vuelve a hacerlo para regocijo de una prensa nacional e internacional siempre ansiosa de titulares.

No se entiende a menos que aquel país esté lleno de ignorantes o imbéciles, lo que parece improbable, o tal vez de ciudadanos desesperados que pudiera alcanzar la Casa Blanca un individuo que decía cosas como que podría matar a alguien en plena Quinta Avenida de Nueva York y que la gente, sin embargo, le elegiría.

O que le contase sin el mínimo pudor durante su anterior campaña a un presentador de televisión que cuando uno es ya famoso, puede “agarrar por el coño a una mujer y hacer con ella lo que te dé la gana”. Palabras que, al menos en la vieja Europa, habrían frustrado la carrera de cualquier político.

Vinieron luego, con Donald Trump ya en la Casa Blanca, sus indecentes elogios públicos al “líder supremo” de Corea del Norte, Kim Jong-Un, tras haberle llamado “hombre cohete”, o el baboso coqueteo del autoproclamado “líder del mundo libre” con otros dictadores o monarcas feudales como el saudí.

Al autócrata de Washington no se le ha ocurrido últimamente otra cosa que comparar los siete disparos que hizo un policía por la espalda a un negro al que acababa de detener y que dejaron a éste paralizado de cintura para abajo con golfistas que en un torneo se atascan de pronto y no consiguen meter la pelota en el hoyo.

Eso, mientras justificaba sin el mínimo pudor al joven nazi de apellido alemán, admirador suyo, al que después de disparar contra varias personas que se manifestaban contra la violencia policial y matar a dos de ellas, la policía de Kanosha (Wisconsin), donde ocurrió el homicidio, dejó que aquél pasara a su lado exhibiendo su fusil AR-15 y pudiera regresara luego tranquilamente a su casa en el vecino de Illinois para entregarse sólo al día siguiente.

No cuesta imaginar qué habría hecho una policía de gatillo tan fácil como es la de aquel país en el caso de haber visto pasar delante de sus narices a un joven negro armado aunque fuera sólo con una navaja.

Ahora, Trump y los suyos se dedican diariamente a pintar un escenario de Armagedón en el caso de que no él, sino el candidato demócrata, Joe Biden, gane las presidenciales del próximo 3 de noviembre.

“Si los demócratas consiguen la Casa Blanca, pronostica, el país verá disturbios como los que no habrá visto nunca. Los demócratas no pueden controlar ya a la izquierda radical. Si ganan, tomarán nuestras ciudades. Será la revolución”, profetiza.

Mientras sigue vomitando, para asustar al personal, las teorías conspirativas más fantásticas al afirmar por ejemplo en declaraciones a su emisora favorita, Fox News, que se había visto en algún lugar de EEUU “un avión lleno de matones vestidos con uniformes negros y armados” y que el FBI lo estaba investigando.

Trump no es ciertamente ningún estúpido, sino, como dice, por ejemplo, el famoso lingüista y ensayista Noam Chomsky, un individuo altamente peligroso, un político con buen olfato que sabe perfectamente cómo embaucar a los votantes. Muchos le califican directamente de “fascista” por su descarada y continua tergiversación de la verdad y su total desprecio de las instituciones.

Aunque a veces su soberbia y absoluta falta de empatía le lleve a decir cosas que pueden perjudicarle electoralmente más que otras como cuando, según cuenta la revista The Atlantic, se permitió despreciar a los soldados norteamericanos muertos en batalla o capturados, calificándolos de “pringados” o “perdedores”.

Ya lo hizo en su día con su enemigo íntimo, el senador republicano John McCain, mientras tanto fallecido, al que tildó también de “perdedor” por haberse dejado apresar y torturar por el enemigo en Vietnam, guerra en la que Trump se salvó de participar gracias a las típicas estratagemas de tantas familias ricas.

Los demócratas - y no me refiero sólo al partido, sino a los ciudadanos que comparten ese credo- temen ya lo peor tras escuchar algunas de sus manifestaciones en las que, en previsión de una eventual derrota frente al demócrata Joe Biden, Trump asegura ya que, si perdiese, sería sólo por la manipulación del voto, en especial del realizado por correo, al que con ayuda de su fiscal general y otros incondicionales trata de poner de momento todas las trabas posibles.

A menos que se produzca este noviembre una clara victoria del candidato demócrata, son de prever maniobras de última hora del Partido Republicano para sembrar la duda sobre los resultados, exigir nuevos recuentos tras acusar al partido rival de haber hecho trampa y sembrar así el caos.

El escenario que se dibuja no es precisamente tranquilizador: el jefe del Estado mayor conjunto, Mark Milley, ha descartado una posible intervención de los militares si Trump se negase a abandonar la Casa Blanca en caso de victoria demócrata con la explicación de que es algo que tendrían que dirimir los tribunales.

¿Se repetirá lo ocurrido en 2000 en el enfrentamiento entre el republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore, cuando este último, que había ganado el voto popular, tuvo que admitir su derrota tras una larga y dudosa batalla legal sobre los votos emitidos en el Estado clave de Florida?

Gore terminó aceptándola “en beneficio de nuestra unidad como pueblo y de la fuerza de nuestra democracia”. Nobles o ingenuas palabras que, podemos estar seguros, nadie escuchará de labios de Trump si se produjese una situación similar. 

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