Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cosmos

En la década de los 80 del siglo XX, siendo yo un adolescente, mis padres me regalaron un libro del científico y divulgador Carl Sagan. Su título era Cosmos. Quizás recuerden la serie de televisión homónima y de la misma época, que tuvo un enorme éxito de audiencia, lo que demuestra que la ciencia puede ser entretenida.

El libro, y más aún la serie, revolucionaron el concepto de la divulgación científica de masas. Conceptos tales como la evolución humana, los viajes a través del espacio y del tiempo, o la posibilidad de existencia de civilizaciones extraterrestres, se presentaron ante el público de una manera que resultó sumamente atractiva para los espectadores. Nunca antes una miniserie sobre estas cuestiones había tenido un impacto similar.

Carl Sagan fue capaz de transportarnos a través de su libro y de la pequeña pantalla hasta la biblioteca de Alejandría, en la que se dice que se custodiaba todo el conocimiento humano, y que fue destruida por un incendio en el año 48 a. C. Nos mostró desde la formación de las estrellas hasta los últimos avances científicos del ser humano. Nos llevó hasta los confines del universo, y nos explicó la relatividad del tiempo y del espacio. Pero, sobre todo, nos enseñó a relativizar nuestra importancia y a ser humildes como especie, cuando dijo que nuestro planeta no era más que una pequeña mota de color azul pálido en el universo.

Antes de publicar Cosmos, Sagan ya había escrito un buen número de libros, era el astrónomo invitado siempre a los programas de televisión, e incluso había conseguido el prestigioso Premio Pulitzer; pero el éxito de Cosmos fue el cénit de su carrera. El libro y la serie fueron traducidos a más de cuarenta idiomas y su influencia sobre las creencias científicas de la población son todavía patentes.

La celebridad, y cómo no la solvencia científica de Carl Sagan, motivaron que la NASA lo eligiera para dirigir el equipo que diseñaría el mensaje que portarían las sondas Voyager en su recorrido por el espacio. El soporte de ese mensaje eran dos discos de cobre bañados en oro, que contienen imágenes y sonidos representativos de nuestro planeta; se supone que si alguna vez una civilización extraterrestre con la capacidad técnica de viajar por el espacio encuentra esos discos, también será capaz de reproducir su contenido, que encierra saludos en muchos idiomas, música, sonidos de la naturaleza, y diferentes imágenes de la tierra, entre ellos una representación icónica, similar a los grabados de Leonardo da Vinci, de un hombre y una mujer.

En otras ocasiones, ya hemos hablado de una disciplina filosófica, la semiótica, que es la encargada de estudiar los signos, desde los sistemas de señalización más sencillos hasta los más intrincados, como pudiera ser un lenguaje formal o científico. A su vez, la semiótica se subdivide bajo tres grandes epígrafes: la sintaxis, que estudia la estructura interna de los sistemas de signos; la semántica, que se ocupa de los sistemas de signos como medio para expresar un sentido; y la pragmática, cuyo ámbito es la relación entre los signos y el sujeto que los usa. En los mensajes de las sondas Voyager, se utilizaron las matemáticas para trasmitir la información a esas hipotéticas civilizaciones extraterrestres inteligentes, por ser el lenguaje más universal que existe.

Sea como fuere, la misión Voyager ya se encuentra a más de 15 horas y 30 minutos luz de la Tierra o, lo que es lo mismo, a unos 17 mil millones de kilómetros, sin haber encontrado aún ningún indicio de la existencia de inteligencia en el espacio. Quizás fuera el momento oportuno para pedir a las sondas que regresen e investiguen si existe vida inteligente en nuestro planeta, porque a tenor de las declaraciones de la Fiscal General del Estado sobre el machismo de las señales de tráfico, muchos empezamos a ponerlo en duda.

Ahora bien, declarar que un código de signos tan simple y aséptico como son las señales de tráfico, en las que se representan unas instrucciones simples mediante unos símbolos absolutamente inocentes, es machista, no deja de ser una estulticia similar a los atentados que se están perpetrando con el lenguaje, otro código semiótico a la postre, sacrificándolo en el ara de lo políticamente correcto.

Quizás algunos de ustedes no estén de acuerdo con lo que voy a decir, pero como este es un «artículo de opinión», yo voy a expresar la mía. El hecho de desdoblar el discurso con los redundantes masculino y femenino (v.g. los ilicitanos y las ilicitanas), cuando el género gramatical no marcado es el masculino, o la moda de nombrar los topónimos en las lenguas regionales cuando se habla en castellano (v.g. València, Lleida u Ourense), me parece tan incorrecto como absurdo.

Puede ser que determinados sectores feministas y nacionalistas no me compren este discurso, con el argumento de que el lenguaje nunca es neutro. Les acepto el envite y doblo la apuesta. Por supuesto que no lo es. Por eso a los demócratas nos duele cuando el Presidente del Gobierno expresa sus condolencias por la muerte de un preso condenado por terrorismo, pero no por sus víctimas. Por eso no podemos aceptar que llame banda, a secas, a la banda terrorista ETA. Por eso nos duele en el alma que nuestro Ayuntamiento considere una oportunidad el expolio que el Gobierno piensa perpetrar en las cuentas de los consistorios.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats