Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Miguel Ángel Santos Guerra

Ética del consumo

¿Qué hace una familia con hijos si no entra en la casa ni un euro para poder sobrevivir?

Una de las secuelas que está dejando el coronavirus es la destrucción de la economía. Sé que la muerte de las personas, cercanas a nuestra vida o alejadas en el espacio, es un problema que absorbe nuestras preocupaciones y que conmueve nuestras entrañas. Sé que el miedo a ser contagiados o a transmitir el virus a otras personas nos hace temer por ese bien suprimo del que disfrutamos que es la vida. La ruina de la economía está sembrando también de pánico la convivencia. ¿Qué hace una familia con hijos si no entra en la casa ni un euro para poder sobrevivir? ¿Cómo afronta la realidad una persona que no dispone de medio alguno para satisfacer las necesidades básicas de alimento, vestido y cobijo? ¿Cómo no angustiarse ante la pérdida de un negocio si eres autónomo, de un trabajo si eres asalariado o de una perspectiva de ocupación laboral si eres un joven estudiante?

Ante la crisis se han de tomar diverso tipo de medidas sanitarias, unas encaminadas a la prevención del contagio, otras a la curación y otras a la búsqueda de un remedio en forma de vacuna o antídoto. Hay que salvar la vida. Y esa es una tarea de las autoridades políticas y también de la ciudadanía. Son indispensables las dos aportaciones, una que podríamos llamar descendente y otra ascendente.

Salvar la economía requiere también la contribución de dos fuerzas: la acción política y la acción ciudadana. Los políticos tienen que tomar decisiones que ayuden a las empresas y a los trabajadores, tienen que dispensar ayudas compensadoras, tienen que dar ejemplo de austeridad… Y la ciudadanía tiene que practicar un consumo responsable. Hay formas de ayudar a quienes de verdad lo necesitan.

Adela Cortina escribió en el año 2002 (editorial Taurus) un interesante libro titulado “Por una ética del consumo”. En las primeras páginas nos advierte: “El consumo es mucho más que un momento en esta cadena dela actividad económica: producción, intercambio, distribución, consumo; es incluso mucho más que un medio de supervivencia. Es una forma de relacionarse los seres humanos, que intercambian regalos, van justos al cine o a un concierto. Es una forma de comunicarme a mí mismo y a los demás que he triunfado en la vida”…

Me gustaría resumir el rico y sugerente contenido de las 350 páginas del libro de Adela Cortina, catedrática a la que profeso admiración y afecto desde hace muchos años. Comprenderá el lector (o lectora) que no es posible en este corto espacio de que dispongo. Solo añadiré otro párrafo del último capítulo, titulado Ciudanía económica cosmopolita.

“Y los ciudadanos han de asumir por fin el protagonismo que les compete, las autonomía responsable que caracteriza a quien es su propio señor o señora junto a sus iguales”.

Una parte del éxito de la economía, por consiguiente, está en nuestras manos. Por eso es importante la educación para el consumo. (Hala, otro cometido para la escuela, por si ya tuviera pocos). La educación para el consumo exige conocimientos pero también actitudes y valores.

Tomar decisiones responsables exige conocimientos, decía. Porque hay que saber que el consumo de ciertos productos propicia la explotación humana en las cadenas de producción. Y que adquirir otros contribuye a la destrucción del planeta. Y que no es igual comprar en unos establecimientos que en otros.

Tener criterio conlleva capacidad de discernimiento ante la publicidad que nos invade. No todo lo que se anuncia es bueno, por más que de forma seductora asalte nuestros mecanismos de decisión. Tener criterio lleva a no dejarse arrastrar por la moda. No todo lo que compra todo el mundo merece ser comprado.

La educación para el consumo exige el cultivo de actitudes relacionadas con la solidaridad y la compasión humana. Las tendencias de consumo pueden estar cargadas de lógica o de arbitrariedad, de equidad o de injusticia.

He planteado este artículo por dos motivos. El primero es que una de las repercusiones de la pandemia afecta a la economía de los países y a la economía de los bolsillos de las personas. El segundo es que me ha llegado un mensaje que por el ingenio de su contenido y el interés de su moraleja he querido compartir con mis lectores y lectoras.

Déjame, pues, contarte una historia que explica cómo un billete logró alcanzar la estabilidad económica de todo un pueblo. Y déjame concluir de manera lógica la moraleja que se deriva del relato. La historia es esta.

Durante el mes de agosto, en una pequeña ciudad, cae una lluvia torrencial y hace varios días que la ciudad parece desierta. Hace tiempo que la crisis viene azotando este lugar. Todos tienen deudas y viven a base de créditos. Por fortuna llega un millonario y entra en el único pequeño hotel del lugar. Pide una habitación, pone un billete de cien euros en la mesa de la recepcionista y se va a ver las habitaciones. El dueño del hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el criador de cerdos. Al momento, este sale corriendo para pagar al molinero, proveedor de alimentos para animales. El dueño del molino toma el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con María, la prostituta a la cual no paga hace tiempo. En época de crisis hasta ella ofrece servicios a crédito. La prostituta, con el billete en mano, sale hacia el pequeño hotel a donde había traído a sus clientes las últimas veces y al que no había pagado y entrega el billete al dueño del hotel. En ese momento baja el millonario que acaba de echarle un vistazo a las habitaciones. Dice que ninguna le convence. Toma el billete y se va. Nadie ha ganado ni un centavo, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas y mira al futuro con confianza.

La historia viene acompañada de su moraleja: si el dinero circula en la economía local o nacional, se acaba la crisis. Consume más en los pequeños comercios y mercados. Consume lo que tus amigos y tu país producen Si tu amigo tiene una microempresa, cómprale. Si tu vecino vende ropa, cómprale. La próxima vez que entres en una gran pastelería acuérdate de tu amigo, hermana, primo, tío, que vende pasteles, hojaldres, empanadas o cualquier tipo de dulces exquisitos. Al final del día la mayor parte del dinero es recaudado por las grandes corporaciones y se va del país. Pero cuando compras a un emprendedor, a una pequeña o mediana empresa o a tus amigos, les ayudas a ellos. El dinero se queda, no se va. Todos ganamos y aportas a nuestra economía. Apoya el emprendimiento. Apoya el consumo local. Apoya la producción nacional. 

Creo que es lo que hemos hecho este verano, condicionados por las restricciones sanitarias. Hemos hecho turismo nacional. Hemos dejado dinero en el país. Hemos ayudado a quienes comparten la vida con nosotros. Aunque nos sintamos ciudadanos del mundo, aunque nuestra casa sea el planeta, lo cierto es que lo compartimos todo de manera más estrecha e intensa con quienes tenemos al lado.

Sé que la historia presenta serias limitaciones desde una exigente perspectiva económica. Como toda metáfora ilumina algunas partes de la realidad y deja muy ocultas otras. Pero ayuda, como deseo, a pensar.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats