A finales de los años 80 la mayoría de los países latinoamericanos, sufren otra crisis que los lleva al borde de la quiebra, lo que provoca un cambio de político en las principales potencias de la zona que pasaron a adoptar políticas propensas a la libertad económica, apertura al exterior, a reducir la superinflación y evitar o salir de la suspensión de pagos en la que habían caído países como Brasil, México, Argentina, Chile y Perú. Simultáneamente en Europa se vivían tiempos convulsos con la caída del muro de Berlín y la progresiva desintegración de la URSS. Estos acontecimientos dejan en una situación muy complicada al paraíso comunista cubano, que dependía de las ayudas económicas soviéticas pues su nefasto sistema político era incapaz de generar riqueza ni comida para su pueblo. Fidel Castro, que de ladrón tenía mucho, pero de tonto no tenía un pelo, vio las orejas al lobo y se lanzó a buscar otra fuente de ingresos que sustituyera a la URSS. Por aquel entonces, China no era la potencia que es actualmente, por lo que la solución tenían que encontrarla en casa. Así fue como con ayuda de Lula da Silva, quien lideraba el comunista Partido de los Trabajadores y acababa de disputar sorprendentemente la presidencia de Brasil en unas elecciones frente a Fernando Collor de Melo, organizan una cumbre de todos los partidos de extrema izquierda del continente en São Paulo. El fin de este cónclave de dictadores y aspirantes era establecer las medidas que evitaran que pasara lo mismo que en la URSS, extender su ideología y estudiar fuentes de ingresos. La conclusión: necesitaban del petróleo de la Venezuela «Saudita» que malgobernaba el socialista Carlos Andrés Pérez, y las rentas que generaba el narcotráfico controlado por los cárteles y las guerrillas colombianas. El problema era que su sistema ya se venía abajo; no podían seguir con la política marxista de imponer el comunismo por la fuerza, derramando sangre. Necesitaban un nuevo método y lo encontraron en las ideas de Antonio Gramsci: pasaron de la violencia al colonialismo cultural a la hegemonía de la opinión pública. No se conformaban con ser una nueva Internacional Socialista; pasaron a ser un lobby de corrupción en el que dieron cobijo a los grupos más siniestros de Latinoamérica, desde las FARC hasta el MIR chileno. En el momento de máximo apogeo de este grupo, llegaron a contar simultáneamente con presidentes de gobierno en Brasil, Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Chile, El Salvador, Nicaragua y Cuba, todo con la ayuda de la nueva política de Barak Obama que permitió que la influencia de Cuba y Venezuela se extendiera por todo el continente como una metástasis. A la vista del buen resultado que desde 1998 tenían estos criminales agrupados, sus ambiciones se volvían mayores y pusieron sus ojos en Europa, empezaban una cooperación interesada con otros regímenes igual de perversos como China e Irán, que aspiraban a desestabilizar el orden mundial y a sacar tajada de la crisis de estos países ricos en recursos y pobres en capital humano, obteniendo importantes resultados en España, Grecia e Italia. El pilar básico de esta organización es sembrar el caos, para crear situaciones excepcionales de inestabilidad de las que aprovecharse y tomar el control, pues son incapaces de llegar al poder por medios democráticos. Los miembros del Foro de São Paulo están tras las revueltas que en 2019 destrozaron media docena de países americanos en los que habían perdido el poder, como Chile, Argentina, Colombia, Perú, Ecuador y Brasil. El Foro de São Paulo es, en resumen, una organización para el dominio del continente americano y su extensión a Europa y perpetuar el poder del comunismo mediante la hegemonía cultural, valiéndose para ello de cualquier medio por muy criminal que sea. El Foro de Sao Paulo ha crecido tanto que, en 2019, han creado un spinoff, el Grupo de Puebla, al que han incorporado a dos «líderes» europeos: José Luis Rodríguez Zapatero e Irene Montero. Hay que tener en cuenta los devenires de este nuevo grupo llamado a firmar horas muy negras en la Historia.