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Rafael Simón Gil

Llanto por la muerte de un terrorista

¿Se ha llegado a preguntar nuestro presidente Pedro Sánchez esas cuestiones profundamente?

Cuando todavía no nos hemos repuesto del bochornoso esperpento que están dando los diversos gobiernos españoles -autonómicos y, sobre todo, el gobierno Sánchez Iglesias- frente a los gravísimos problemas que sigue provocando la pandemia causada por el Covid-19 (sanitarios, organizativos, económicos, de desempleo, educativos, sociales), y que nos sitúan una vez más como el país que peor ha gestionado y sigue gestionando esta crisis, ejemplo mundial de cómo no se deben hacer las cosas. Cuando la Fiscala General del Estado, Dolores Delgado, en la Memoria anual de la Fiscalía ante el Rey Felipe VI y demás autoridades del Estado pone un acento ortográfico agudo (con tilde) en la persecución, y otro acento prosódico (sin tilde) en vigilar por parte de los fiscales (¿no dice fiscalas?) especialistas en seguridad vial el machismo que rezuman las señales de tráfico porque “ponen a la mujer en una situación de dependencia y subordinación”, porque “las hay que representan a un niño que lleva de la mano a una niña, que va por detrás, camino al colegio”. Cuando las manchas de la corrupción siguen salpicando a la práctica totalidad de los partidos políticos extendiéndose sin distinciones ideológicas o territoriales. Cuando PSOE y Unidas Podemos impiden que Pablo Iglesias (el otro) comparezca en el Congreso para dar explicaciones por el siniestro caso Dina y sin embrago piden una comisión de investigación al PP relativa a la siniestra operación “Kitchen” con la comparecencia de Mariano Rajoy y Pablo Casado. Cuando creíamos haberlo visto y sufrido todo en esta vida, incluso a Fernando Simón, resulta que Pedro Sánchez, en respuesta al senador de Bildu Elejabarrieta, “lamenta profundamente” en el Senado la muerte (por presunto suicidio) del etarra González Sola. Lamento y llanto. Profundamente. 

El tal González Sola fue condenado a 20 años de cárcel por colaboración con banda armada, entre otros delitos. Era miembro del comando terrorista Donosti, grupo etarra que llevó a cabo el secuestro y asesinato a sangre fría del concejal del PP Miguel Ángel Blanco, a las 4:30 horas de la madrugada del 13 de julio de 1997, de dos tiros en la nuca, arrodillado, atado de manos, indefenso. Profundo llanto por la muerte de Miguel Ángel Blanco, un joven inocente secuestrado, asesinado de dos tiros en la nuca por terroristas del comando Donosti, con total frialdad, con absoluto desprecio, arrodillado, atadas sus manos. Llanto por la muerte de Miguel Ángel Blanco, profundo llanto por su sangre derramada. Fue a las cuatro y media en punto de la madrugada, como el grito en verso de García Lorca en el llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías: “¡Oh sangre dura de Ignacio! / ¡Oh ruiseñor de sus venas! / No. / ¡Que no quiero verla! / Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. / No. / ¡¡Yo no quiero verla!!”. 

Lamento profundamente la muerte, sí, profundamente. Lamento profundamente la muerte, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, de las casi mil víctimas inocentes asesinadas por la banda terrorista ETA; de las decenas de miles de padres, madres, esposas, hermanos, hijos, niños, bebés, familiares y amigos rotos, truncadas sus vidas para siempre por el criminal frenesí de unos terroristas que decidieron quién vivía y quien moría. Lamento profundamente que algunos de los herederos de esa banda asesina -muchos de los cuales jamás han condenado contundentemente los crímenes de ETA- puedan expresarse hoy con total impunidad en las ágoras creadas por la democracia en la que nunca creyeron, que atacaron a sangre y fuego. Unos herederos supremacistas, fanáticos, que dan cobertura moral a miles de seguidores que hoy siguen anclados en el odio más radical contra España, contra los españoles, contra el Ejército español, contra la Policía y la Guardia Civil. Una herencia nacionalista-terrorista que, merced al vergonzoso blanqueamiento que se ha consentido de su atroz y sanguinaria historia, sigue impidiendo gozar de verdadera libertad en las Vascongadas a quienes no piensan como ellos, a quienes siguen amando España. Mientras que ninguna de ustedes dos tendría problemas en pasear por Madrid, Salamanca o Alicante acompañados de una ikurriña o de otros símbolos del nacionalismo vasco, les sería imposible hacer eso un domingo por la mañana por las calles de San Sebastián, Alsasua o Guernica acompañadas de una bandera española, sin correr grave riesgo incluso físico. En el primer caso nos hablan de libertad y en el segundo nos hablan de provocación. Lo lamento profundamente.

¿Se ha llegado a preguntar nuestro presidente Pedro Sánchez esas cuestiones profundamente? ¿Cree que en las Vascongadas (o en Cataluña) hay libertad y democracia tal como se entiende en Francia, Italia, Suecia o Alemania, profundamente? ¿Era necesario que el presidente del Gobierno de España tuviera que lamentar en el Senado, de forma expresa, profundamente, la muerte de un terrorista sin tan siquiera hacer la más mínima alusión a las decenas de miles de víctimas del terrorismo etarra? Permítame, señor presidente, que en nombre de todas las víctimas de ETA le conteste Miguel Hernández: “Sentado sobre los muertos / que se han callado en dos meses / beso zapatos vacíos / y empuño rabiosamente / la mano del corazón / y el alma que lo mantiene. / Que mi voz suba a los montes / y baje a la tierra y truene, / eso pide mi garganta / desde ahora y desde siempre”. Profundamente. A más ver.

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