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Carlos Gómez Gil

Nuevas pobrezas y desigualdades

Vivían al día, pero de su trabajo, si bien de la noche a la mañana se han visto en la calle, sin posibilidad de sobrevivir porque nunca han tenido capacidad de ahorro

Son tantos los frentes abiertos por esta pandemia y tantos los daños en la salud y la vida de las personas que tardaremos en tomar conciencia de la devastación completa causada por el maldito covid-19. Y aunque gobiernos e instituciones se están volcando en frenar su impacto, desplegando medidas nunca antes vistas, a estas alturas sabemos que la sociedad va a sufrir heridas muy profundas que tardarán en curar. Los altos índices de pobreza y una desigualdad insoportable de los que muchos veníamos hablando desde hace años tienen también mucho que ver con el impacto del coronavirus, dando paso a nuevas pobrezas y desigualdades, mucho más amplias, extensas y profundas que van a plantear desafíos gigantescos en el futuro.

Los años de dura crisis que se vivieron en España durante la década de Gran Recesión dañaron de una manera especial a la población más vulnerable, haciendo más intensa y extensa la pobreza. Con datos del INE, si en 2008 el 24% de los habitantes tenían alto riesgo de pobreza y exclusión social (tasa AROPE armonizada a nivel europeo), en 2018 esta cifra había subido hasta el 26,1%, aumentando así en 1,2 millones el ejército de personas que, con nombres y apellidos, cargas familiares y proyectos de vida tienen que dedicar su tiempo a sobrevivir. Es lo que en términos técnicos se denomina privación material severa. Y así avanzaba la sociedad española antes de que estallara esta endiablada pandemia, con su formidable capacidad de generar daño. Me temo que esa frase prefabricada, tan vacía como repetida actualmente, que dice ”no dejar a nadie atrás” no es posible cuando hay personas que nacen, viven y permanecen en la cuneta a lo largo de toda su existencia.

El rastro que hasta ahora va dejando la pandemia de cierre de negocios, pérdida de empleos, caída brusca en la actividad económica y comercial, disminución en la renta de las familias y en su capacidad de gasto, junto al aumento de personas sin recursos con perfiles muy diversos, apunta a una crisis de gran impacto que tiene que ser una prioridad indiscutible para todas las administraciones y gobiernos, sin discusión alguna. Sin embargo, ya vemos cómo hay grupos o colectivos, especialmente los más vulnerables, que una vez más se están abandonando en manos de las organizaciones sociales y grupos de solidaridad.

Dado el elevado peso de la economía sumergida y de trabajos muy precarios en España, muchos de los que con el coronavirus han pasado a engrosar las filas de personas en situación de pobreza trabajaban en negro o en empleos puntuales con sueldos muy reducidos, o eran pobres con empleo. Vivían al día, pero de su trabajo, si bien de la noche a la mañana se han visto en la calle, sin posibilidad de sobrevivir porque nunca han tenido capacidad de ahorro. Muchos de ellos van a engrosar las filas de los “sin techo”, aunque estamos a tiempo de evitar que esto ocurra si empezamos a trabajar ahora. El coronavirus empujará a sectores de la clase media a la pobreza si no lo evitamos.

Sobre los jóvenes se está desplegando una arquitectura social y económica que, no solo, está dificultando extraordinariamente sus posibilidades actuales sino, lo que es más grave, va a dañar su futuro. Si bien tenemos una elevada proporción de universitarios con muy buena preparación, su transición de la universidad al primer empleo cualificado es muy penosa, tardando con frecuencia años, lo que lleva a que alimenten empleos basura, al tiempo que se genera una enorme bolsa de sobrecualificación. La causa es debida a uno de los problemas crónicos de nuestro sistema productivo, incapaz de generar empleos adecuados en cantidad y calidad. El resultado es un volumen de jóvenes titulados con excelentes formaciones, que durante años vivirán buscándose la vida como puedan, construyendo trayectorias laborales repletas de agujeros que serán un lastre para su jubilación. Sin olvidar que siendo la educación un importante elemento de movilidad social, España cuenta con una de las tasas de fracaso escolar más altas de Europa, algo que afecta especialmente a las clases más bajas.

También aquí es importante desplegar políticas de redistribución de riqueza que permitan reducir los espacios de exclusión sobre los jóvenes que, de cara al futuro, reduzcan los nichos de desigualdad que castigan sus trayectorias de vida y eviten que muchos de ellos vivan en situaciones de permanente vulnerabilidad.

La pandemia en el mundo va a legitimar políticas públicas mucho más fuertes en espacios básicos de la vida, acelerando un replanteamiento de medidas fiscales y redistributivas novedosas. La petición realizada por Naciones Unidas y hasta por el Banco Central Europeo para implantar rentas básicas apunta en este sentido. Pero se va a necesitar mucho más para reducir y amortiguar los poderosos espacios de desigualdad que en todo el mundo y en España se van a extender, que no responden a causas económicas sino a decisiones políticas. Además, tenemos que evitar que la pobreza y desigualdad extiendan el racismo, la xenofobia y la discriminación, propagando peligrosos focos de ultranacionalismo populista.

Se entenderá, por tanto, la necesidad de ponernos a trabajar todos de inmediato, conscientes del impacto profundo que está causando el covid-19 y cuyos efectos perdurarán durante décadas.

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