Será que no ha tenido tiempo, señor conseller, para preparar la vuelta a las aulas. Llevamos desde mediados de marzo sin llevar a nuestros hijos a colegios e institutos, pero ¡qué son seis meses! Poco parece en su departamento. Solo así se explica que lanzase en julio su medida estrella, los grupos burbuja, y ahora, una vez empezadas las clases, se dé cuenta de los boquetes que presenta.

Tarde, Marzà, tarde. Los niños empezaron el lunes y, pasados los días, tenemos que escucharle que le parece «pertinente» recomendar que los niños mantengan la burbuja fuera de las paredes de los centros. Es decir, que no se relacionen con nadie más. Y no se queda ahí, no, resulta que está trabajando para «dar mayor eficiencia» a estos grupos y que no se rompan. ¿Pero es usted el que vive en una burbuja? ¿De verdad se da cuenta ahora de que no tiene ningún sentido su «invento» a no ser que esos miles de niños se junten, única y exclusivamente, con los de su clase?

Apúntese otro agujero que presenta su genial iniciativa: los niños que están en un grupo burbuja y tienen hermanos pequeños, a estos últimos no los han puesto en la misma clase, con lo cual los contactos se multiplican y las posibilidades de que haya contagios, todavía más.

Tarde, Marzà, tarde. El protocolo de protección establece grupos de 20 alumnos, con excepciones en los centros que no tengan espacio. Pregúntele, sin ir más lejos, a los niños y niñas del colegio Vicenta Ruso de Santa Pola, que no pueden cumplir porque son más de 900 alumnos en un centro que no debía tener más de 400. ¿De esos hacinamientos no le interesa hablar?

PD: Llámeme irresponsable, sí, llevé a mi pitufo de 6 años al hipódromo de Alicante, con mascarilla claro, para que jugara con su amigo del alma, del que ha sido apartado este curso. La alegría que tenían los dos lo compensa todo.