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José Ramón Navarro Vera

Urbanismo, ¿ciencia o arte?

No es muy común que un político local apele a la ciencia ante un problema de urbanismo que constituye un conjunto de saberes más propios de la técnica que de la ciencia

El pasado mes de julio, el alcalde de Alicante, anunciaba la apertura de un amplio debate ciudadano para clarificar y decidir una propuesta de peatonalización para el Centro Tradicional de la ciudad; parece que convencido de que un proyecto de esta naturaleza constituye, según sus palabras, “un asunto de ciudad”. En su declaración, el máximo dirigente municipal solicitaba que las aportaciones que se hiciesen sobre este proyecto deberían de estar fundadas en “razones objetivas y científicas”.

No dudo de la sinceridad del alcalde, y, desde luego, tiene razón cuando afirma que el proyecto de peatonalización del Centro Tradicional implica una idea de ciudad, como el autor de este artículo defendía en otro publicado en estas páginas (“El Urbanismo de la Peatonalización de Alicante”, Información, 26 de junio 2020.) acerca de la necesidad de tener en cuenta las dimensiones sociales, de población, económicas, paisaje urbano, etc., más allá de las del tráfico, que implicaba el proyecto de peatonalización. Sin embargo, la finalidad del presente texto no es el de entrar en el debate de la peatonalización, sino exponer algunas reflexiones que suscita la petición de “cientificidad” del alcalde de Alicante a las opiniones que se viertan sobre el proyecto citado.

No es muy común que un político local apele a la ciencia ante un problema de urbanismo que constituye un conjunto de saberes más propios de la técnica que de la ciencia. Quizás estas declaraciones estén influidas por el clima extendido con la aparición de discursos que requieren de la ciencia para solucionar los graves problemas creados por el COVID-19. Sí suele ser más habitual, entre estos políticos, tomar decisiones, claramente de oportunidad política, amparándose en argumentos técnicos, que se convierten así en coartada para legitimar esas decisiones, justificándose por el carácter pretendidamente neutral que se le atribuye a la técnica. Actitudes como estas son reveladoras de un concepto de la técnica y de la tecnología como un repertorio de verdades indiscutibles, y no como lo que realmente son: medios instrumentales que no deberían sustituir a la política si no queremos una ciudad enajenada de la vida humana. “Cuanto más técnica pasa a ser la política, más retrocede la competencia democrática” escribe Edgar Morín en “La mente bien ordenada”. 

La construcción de la ciudad se funda en un conjunto de saberes provenientes de diferentes disciplinas que nombramos genéricamente con el término “urbanismo”. Pero el urbanismo tiene una relevante dimensión social y cultural que me inclina a afirmar que se trata más de un asunto de arte que de ciencia y técnica: “La ciudad es una obra de arte social” sostenía Levi Strauss. Un arte para trasformar el ambiente urbano, físico y social, trascendiendo el pragmatismo de lo utilitario ; un arte que amplíe nuestra visión de la ciudad desvelando la riqueza de lo oculto en ella que nos ha sido hurtado por una concepción tecnocrática de la misma; en fin, una arte que aporte esperanza e infunda coraje a los ciudadanos para resistir y luchar por una ciudad mejor, más humana, justa y libre, porque el urbanismo no atiende solamente a la construcción de la ciudad material, sino que debe de ser inseparable de esa otra inmaterial, invisible, en la que reside el capital cívico como conjunto de valores compartidos por todos los ciudadanos, de cuya fuerza y cohesión depende el progreso de la ciudad.

Ahondando más en esta concepción del urbanismo, me atrevería a afirmar que es una noción que está más cerca de las palabras que de los números. Las ideas son inseparables de las palabras, sostenía el ingeniero de Caminos Ildefonso Cerdá, proyectista del Ensanche de Barcelona (siglo XIX) primer plan urbano moderno; y los filósofos suelen mirar la ciudad relacionándola con el lenguaje, como Platón que en “La Republica” escribe que la fundación de una ciudad es un asunto de palabras, mientras que Heidegger afirma que se habita mediante el lenguaje.

¿Cuál es el papel del alcalde, y de los políticos locales, ante este concepto de urbanismo? , ¿limitarse a quedar como espectadores pasivos dedicados a aplicar los saberes de técnicos y especialistas? Es aleccionador y ejemplar como asumía un alcalde, ya desaparecido, una noción de urbanismo fundada en el capital cívico. Para G.CarloArgan, historiador y crítico de arte, alcalde de Roma, el urbanismo estaba dirigido hacia la administración de los valores urbanos, desde el patrimonio arquitectónico a la ética ciudadana, y la misión de un alcalde es la de ampliarlos y enriquecerlos. Esta idea de urbanismo implica además una dimensión pedagógica: extender entre los cuidadanos el sentimiento de ciudad como un hecho y un bien colectivo.  

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