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Fausto Gómez-Guillén

Legislación sobre eutanasia: algunas consideraciones

Nuevamente, según escucho en los noticiarios, nuestro «progresista gobierno», parece no tener más problemas urgentes que aprobar una Ley sobre Eutanasia. Personalmente he opinado sobre la cuestión en anteriores artículos. Siempre he afirmado, en base a mi dilatada experiencia profesional como médico que ha practicado la asistencia hospitalaria y ambulatoria, atendido a pacientes en su propia casa y en su lecho de muerte, incluso a moribundos pero acompañados de sus seres queridos, que no se precisa una ley que regule el momento y las condiciones en las que haya de producirse el último estertor de un ser humano. Hago esta afirmación porque jamás he sentido la necesidad de una ley que «protegiese al enfermo» garantizándole una muerte «dulce» y que me autorizase o prohibiese practicar la sedación necesaria para mitigar el sufrimiento de un enfermo terminal. Tampoco para que me prohibiese continuar un tratamiento hasta donde mis conocimientos me han permitido discernir su inutilidad. Siempre, estas decisiones las hemos tomado con la aprobación y resignación de sus seres queridos.

Los médicos debemos tener claro que, cuando no podemos curar, debemos, al menos, mitigar el dolor y el sufrimiento y que, si dentro de esa terapia, como efecto secundario no deseado, pero inevitable, se produce un más rápido desenlace, no por ello deja de ser una actuación ética y humanamente aceptable.

Se trata de un matiz de transcedental importancia: en la sedación final, que pudiera apoyar una Ley de Eutanasia, calculada e intencionada, el acto médico no busca sólo mitigar el sufrimiento del paciente sino, primordialmente, provocar, acelerar, su muerte.

Si esta intencionalidad la permite, protege y hasta la fomenta una ley, choca frontalmente con las obligaciones que a todo médico impone nuestro Código Deontológico que, en su Art. 31.3, es muy claro al respecto:

3. El médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste.

Por otra parte, si los argumentos que se aportan, para justificar una Ley de Eutanasia, son los de que se busca evitar al paciente terminal un sufrimiento inútil, resultan ser una pura falacia al no ir precedida de otra ley que garantice al paciente recibir unos adecuados cuidados paliativos, es decir, los necesarios cuidados para evitarle, a él y a sus seres más queridos, el sufrimiento físico y espiritual que supone padecer una enfermedad incurable y cuya muerte, impredecible siempre, debe acontecer como un proceso biológico natural. Esta ley, que bien podría titularse «Ley sobre cuidados paliativos», debería garantizar que, a todo paciente, cualquiera que sea su edad y circunstancias personales, deben serle prestados los cuidados necesarios, ya sea en su domicilio, ya en una institución sanitaria adecuada y para que, ante enfermedades incurables y/o terminales, pueda evitarle a quien la padece un sentimiento de culpabilidad por la carga que su persona crea a su entorno familiar o social más próximo. Con algo así, quizá se hubiese evitado el suicidio asistido de alguna persona que trascendió a la opinión pública. No hacerlo supone un planteamiento materialista de la vida porque equivale a considerar como «algo» inservible e inútil a una persona afecta de una enfermedad terminal e incurable.

No legislar para garantizar los adecuados cuidados a cualquier persona hasta el momento de su natural fallecimiento y hacerlo para garantizar que otros puedan decidir el momento de aplicarle una sedación final, entraña el adicional peligro de que cualquiera de estas personas, y más hoy cuando la mayoría de estos pacientes son tratados hospitalariamente, pueda ser clasificado como enfermo terminal y que alguien, incluso no médico, decida, cual tribunal inapelable, el momento en el que debe dejar de «consumir recursos» y morir. Puede ocurrir, incluso, como ya se ha publicado, que eso se decida sin conocimiento de sus seres queridos.

Quienes, con su voto afirmativo, ya sea por convicción o por mera sumisión, hagan posible una Ley de Eutanasia, debieran recordar aquellas palabras de Jorge Manrique, tan actuales y realistas hoy como quinientos años atrás, cuando escribió: «Recuerde el alma dormida…» porque, inexorablemente, todos llegaremos a nuestra enfermedad incurable y terminal y, a todos y cada uno de nosotros se nos podrá aplicar una sedación terapéutica o la sedación final.

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