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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Vestigio de Celtiberia

Jorge Fernández Díaz

Mientras Jorge Fernández Díaz y Cospedal andan enredados en un asunto de lo más turbio hallándose Rajoy en el alero, el insumergible Margallo aprovechó que La Razón inauguró rediseño haciéndole una entrevista: «¿El ceneí y vicepresidencia? El tiempo aclarará todo». Por él no va a quedar que Soraya tenga su buena ración de fatiga de la que por ahora se libra.

En opinión del exministro de Exteriores, «habría que remontarse al la devotio ibérica para encontrar un ejemplo de lealtad personal como la de Fernández Díaz». Su alusión a Celtiberia hizo que la cabeza me girase en busca de «Prensa Ibérica», la sección de A vivir que son dos días en la que Íñigo Domínguez recorre desde el viajero abandonado por el bus en Andalucía tras bajar a recoger las maletas de otro que habían salido despedidas hasta la vaca que se da a la fuga en la subasta de una lonja gallega. Son historias curiosas que a algunos podrá parecerles un modo inapropiado de valorar los contenidos de las cabeceras de provincias pero que, en realidad, reflejan las agarraderas que estas mantienen con el territorio constituyéndose en un activo de valor considerable. Además una perversión así no podría salir del tarro de alguien que escribe con una sensibilidad como la madre que lo parió según muestra la colección de crónicas que se marcó en el confinamiento, y con las que iluminó aquellos instantes entre tinieblas, que merecen ser consideradas a la par que otras paridas durante el juicio del 23-F teniendo en cuenta que lo que venimos atravesando, todo un golpe, es.

Este periodista vasco nacido en Avilés, que para eso es de Bilbao, pasó sus años cerca del Vaticano y quizá por ello no ha querido dejar de hacerle un perfil al que fuera responsable del Ministerio del Interior que Anticorrupción tiene entre ceja y ceja y cuyo retrato arranca de esta guisa: «Hay pocos niños a los que se les pregunte qué quieren ser de mayores y digan: gobernador civil. Jorge era, con diez años, uno de esos niños». Ya ven. No hay que esperar ni a que cumpla once para alucinar.   

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