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Francisco García

Leyes, ordenanzas, avisos y multas

El ansia de los gobernantes por regular cada aspecto de la vida de forma continua

En persona, personalmente (como decía el inolvidable Cataré de las novelas de Andrea Camilleri), lo arbitrario en quienes mandan me ha sacado siempre de quicio. Es más, considero la arbitrariedad como la esencia del totalitarismo. Lo arbitrario es lo que está sujeto al capricho antes que a la ley o a la razón. Aquella mili del siglo pasado, por ejemplo. Seguro que ya he contado cómo −a causa de la arbitrariedad de dos suboficiales− en una ocasión fui arrestado en dos lugares distantes, pero a la misma hora del mismo día y por razones contradictorias entre sí. Y viene este comienzo cabreado a la cantidad de órdenes y contraórdenes, de disposiciones y contradisposiciones tan frecuentes en estos días en los que con salir vivos de la pandemia o con un trabajito para ir tirando tendríamos más que suficiente. Estoy de acuerdo en que algunas de tales normas y contranormas son muy atinadas, amén de necesarias o inevitables, debido a la burricie, la mala fe, la insolidaridad y el afán de chinchar al prójimo que nos caracteriza. Pero tengo para mí que un buen puñado de ellas parecen obedecer tan solo al capricho del cargo público correspondiente quien −en esas mañanas en que uno nada tiene que hacer, pero sí un sueldo que justificar− se deja llevar por la primera ocurrencia que le viene a la cabeza y, sin testarla (como se dice ahora), la promulga (o como se diga) y así ya salen él o ella en los periódicos, en las teles, en las redes y en los grafiti (o como se llamen ahora las otrora pintadas). Mucho afeo a esos cretinos fosforescentes que no aflojen un pelín su afán protagonista, que no cesen en su febril antojo de sacar reglamentos, órdenes, mandatos, avisos y bandos modificándolos cada día o cada dos. Que si te multo por no pasar la ITV incluso estando en huelga los iteuveros, me dice uno; que no, hombre, que no, que con enseñar el papel de la cita pedida basta, me asegura un guardiacivil. Que si el estrépito de las obras puede comenzar a las 8, salvo que, a no ser que, en cuyo caso, por lo cual… Que si el carril verde es para patinetes y el azul para peatones y el amarillo para bicicletas, pero pasado mañana al revés te lo pondré. Que si lo que urge, lo que no se puede dejar para otro momento, lo que clama el pueblo soberano ya para ya y ya es una reglamentación estricta sobre si saco la basura así o asina en bolsas de colorines; si el perro debo llevarlo en brazos o el perro a mí en patas; si hay multas o bien medallas por llevar la mascarilla con vaho… Cuánto recuerda este vaivén de medidas a aquel chiste popular en que el coronel informa al capitán: “Mañana, a las 9:30, tendrá lugar un eclipse de sol, cosa que no ocurre todos los días. Así que formará a los hombres con traje de campaña en el patio del cuartel. Si llueve, dé las órdenes oportunas para que formen en el gimnasio”. Y tras recorrer la escala de mando hacia abajo, el mensaje se transforma en estas palabras que el cabo dirige a la tropa: “Mañana a las 9:30, si no llueve, el sol en traje de campaña eclipsará al coronel en el gimnasio. Lástima que esto no ocurra todos los días”. Es decir, no me conviertan el salir a la calle en un “Objetivo Birmania” continuo. Rasquen solo donde pica. Lo primero, antes. En estos tiempos que corren, con gestionar bien la sanidad, la educación y el curro, vamos que chutamos. Las demás pijaditas son asuntos de menor cuantía ahora. Y si les da un ataque de transmitir un legado a la posteridad en forma de ocurrentismo ingenioso, recuerden al enorme Mark Twain: “Cumplamos la tarea de vivir de tal modo que cuando muramos, incluso el de la funeraria lo sienta”.

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