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Joaquín Rábago

Dinamita política en un país irremediablemente dividido

Nunca me gustó Washington. Trabajé allí cuatro años de corresponsal y siempre me repugnó esa ciudad de políticos, abogados, lobbistas y burócratas donde llevar una corbata amarilla era signo de poder (“power ties”, las llamaban) – ahora están de moda las rojas de Donald Trump-, y cualquier secretaria se considera importante por estar al servicio de un senador, como si éste le transmitiera algo de su poder.

Y donde los corresponsales europeos y del resto del mundo nos limitábamos a leer y resumir lo que leíamos cada mañana en el Washington Post, el New York Times o el Boston Globe porque en la Casa Blanca las exclusivas, producto a veces de la luchas intestinas de los políticos, no iban a dárselas a ningún periodista extranjero, a menos tal vez que trabajase para el Financial Times o esa biblia del capitalismo liberal que es el semanario The Economist.

Ningún europeo podía tener tan fácil acceso a los círculos de poder de la capital federal como ha tenido siempre Bob Woodward, el hombre que, junto a Carl Bernstein destapó, entre otros, en el Washington Post el escándalo de espionaje ilegal al Partido Demócrata promovido por el presidente Richard Nixon, lo que provocaría la dimisión del republicano.

Ahora, aquel periodista de fama por sus revelaciones del llamado “caso Watergate”, que ha acompañado siempre con una larga lista de publicaciones sucesivas presidencias de la Casa Blanca, acaba de sacar un libro que debería, en circunstancias normales, provocar un terremoto en Washington porque pone en evidencia las mentiras que han sido práctica diaria de Donald Trump desde su llegada a la Casa Blanca.

El libro de Woodward contiene más dinamita política que otros anteriores dedicados al político republicano como “Fuego y furia: en el interior de la Casa Blanca de Trump”, del periodista y columnista Michael Wolff, que describe el errático comportamiento del Presidente y de algunos de sus colaboradores, o las memorias del que fue su consejero de Seguridad Nacional, el conocido halcón John Bolton.

Este último pinta en su libro, titulado “The Room where it happened” (“El Cuarto donde sucedió”), a un Trump, que mientras presume de hombre fuerte de cara a la galería, pide apoyo nada menos que al presidente de la China comunista, Xi Jingping, para que le ayude a su reelección.

En otras circunstancias, esas revelaciones habrían bastado para provocar la caída de un presidente, como ocurrió en su día con Nixon por algo mucho menos grave, pero Estados Unidos no es hoy un país normal, sino uno irremediablemente dividido en el que la mitad de los ciudadanos cree a pie juntillas lo que les cuenta su presidente, por extravagante que sea, y odia de paso a la otra mitad.

La ventaja del libro de Woodward sobre los anteriores es que aporta pruebas sonoras de lo que dice ya que grabó buena parte de las declaraciones que en un total de dieciocho entrevistas hizo Trump, algunas de las cuales hemos podido escuchar ya en radio o televisión, y que ése no podrá por tanto desmentir.

Cuenta Woodward que el consejero de seguridad nacional Robert O`Brien, quien sucedió en ese cargo al dimitido Bolton – las dimisiones bajo Trump son ya legión- informó ya a su jefe el 28 de enero de que el nuevo coronavirus sería sin lugar a dudas “la mayor amenaza a la seguridad nacional “ a la que ése tendría que hacer frente durante su presidencia.

El propio Trump confesó al periodista que le entrevistaba que había sido desde el primer momento consciente de la peligrosidad del virus, pero que quiso “minimizarlo” para “no causar pánico” entre sus compatriotas.

Apenas dos semanas después de escuchar – si es que Trump alguna vez escucha - la advertencia de su consejero, el 30 de enero, el Presidente aseguró en un discurso en Michigan que todo estaba controlado; todavía dos semanas más tarde predijo en público que en abril, cuando hiciese más calor, el virus desaparecería “milagrosamente” y el 24 de marzo, mientras las cifras de infectados por el virus no dejaban de crecer, Trump anunció su intención de “reabrir” el país para la Semana Santa.

La realidad es hoy otra, mucho más dramática: en Estados Unidos ascienden ya a cerca de 200.000 los fallecidos por culpa del virus, más, según calculan algunos, que en todas las guerras en las que ha participado el país desde 1945, y los contagiados son más de 6,3 millones, muchos más que en cualquier otro país del planeta.

El científico jefe del equipo especial para el coronavirus, Anthony Fauci, confesó a Woodward que lo único que le interesa al Presidente es su reelección. Trump hará pues todo lo posible para evitar su salida de la Casa Blanca, que pondría fin a la inmunidad de la que ahora tan descaradamente goza.

¿Influirá algo el último libro de Woodward, titulado “Rage” (Ed. Simon & Schuster), en el electorado? ¿Seguirán creyendo los ciudadanos sus mentiras y le llevarán otra vez el 3 de septiembre por cuatro años más – ¡Dios no lo quiera!- a la Casa Blanca? Con este presidente, cualquier cosa es posible, incluida su negativa, llegado el caso, a dejar la presidencia aduciendo fraude electoral.

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