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Francisco Esquivel

Doblegar naturalezas

Los visitantes llamaron por el camino sin obtener respuesta al igual que cuando lo hicieron al timbre ya que, para mayor incertidumbre, olvidaron las llaves

Doblegar naturalezas

Ocurrió unos días atrás. Esa mañana no pensaba ducharse aún pero entró al baño a acicalarse y dijo pues ya que estoy... 

  A sus ochenta y muchos, Teresa no solo vive sola sino que defiende ante cualquier insinuación con uñas y dientes seguir haciéndolo en la casa de siempre con patio trasero, enclavada en un pueblo recóndito de nuestra geografía. Se decidió y allí estaba frontándose con la esponja cuando debió ser esta la que arrancó de cuajo la postilla. Una vena próxima se abrió en canal soltando a presión un chorro incontenible de sangre que, para lo difícil que resulta doblegarla, acabó por perturbarla sobremanera. La mujer se desplomó entre un manantial rojo que fue esparciéndose al recibidor. Eran las nueve de la mañana.

  Cerca vive un hijo que estaba sumergido por el campo en plena recogida y la pareja se había hecho casualmente un esguince en la víspera por lo que no había nadie para darse la vuelta de rigor. Su hija, que vive a casi dos horas, de visitarla lo hace en fin de semana y todavía era viernes. Pero ese día debía resolver un asunto profesional por la zona y le había avanzado que iría a comer con marido y niña incluidos. La privilegiada información debió insuflarle la fuerza necesaria para aguantar el tirón mientras resistía semiinconsciente la pérdida de plasma a raudales sin poder incorporarse por mucho que lo intentó.

  Los visitantes llamaron por el camino sin obtener respuesta al igual que cuando lo hicieron al timbre ya que, para mayor incertidumbre, olvidaron las llaves. El reloj iba a dar la una. Su hija se acercó a buscarla a la tienda, él revoloteó por el patio y, al intentarlo a través de un cristal, oyó desde el interior un tono familiar. La hija se puso fatal al ver la escena y se encontró con una contundente voz: «¡No te pongas histérica!». Ahí todo el mundo se calmó. Era ella.

  Cuando compruebas que gente indómita de esta generación hecha de esfuerzo a destajo sigue y sigue cayendo en destinos a los que se mudaron a su pesar en busca de protección y de seguridad, el que te doblas eres tu. No tenemos perdón de Dios.

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