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Matías Vallés

La parábola del piso patera

El confinamiento vitalicio causado por los disparatados precios del alquiler se vuelve contra la sociedad en forma de pandemia

Nadie le atribuiría el sentido del humor a un virus, pero se debe reconocer que la covid ha disparado el universo de las conexiones inesperadas. Un microorganismo no tiene más objetivo que la supervivencia, pero puede ocasionar quebrantos en los elaborados mecanismos de sus pretenciosos huéspedes. El confinamiento de miles de millones de personas no ha sido logrado por un tirano, sino por el célebre “enemigo invisible” de Trump. El poder que ha ejercido sobre los comportamientos humanos supera ampliamente su virulencia patógena.

Entre las metáforas más exactas y crueles del coronavirus, sobresale la parábola del piso patera. En su vertiente teórica, el confinamiento vitalicio originado por los disparatados precios del alquiler se vuelve contra la sociedad en forma de pandemia. Esta evidencia se ha rebajado ya al nivel de prosa de telediario, pero su enunciado se consideraba de mala educación antes de la covid.

En la parábola del piso patera, al igual que en la pandemia, una cosa es la descripción aséptica ensayada en el párrafo anterior y muy otra su traducción al género humano. Hasta marzo, cada vez que se insinuaba una corrección del acceso al alquiler en los núcleos urbanos, los grandes y pequeños propietarios se levantaban en armas al grito de “solo yo decido el precio que pido a quien quiera vivir en mi casa”. La élite financiera, más resabiada, se refugiaba en “es el mercado, amigo”, porque las ideas de Rodrigo Rato nunca fueron encarceladas. Nadie reparaba en que la Constitución impone el freno a la “especulación”, en su artículo sobre una vivienda digna.

El inapelable veredicto mercantil se sumaba a la despreocupación sobre el hipotético advenimiento del Virus de la Inmunodeficiencia Humorística. El retraso en la robotización de la sociedad implicaba que los condenados a alquileres inhumanos tuvieran que vivir en las proximidades de quienes se negaban a facilitarles la vivienda, aunque los necesitaban cerca para las tareas veniales. La única solución habitacional que satisface ambas premisas es el piso patera, cada vez más gente en cada vez menos espacio a cada vez mayor precio. La aportación española a este estilo de vida ha sido impagable, quizás superior a la invención del turismo de masas según demuestra la proclamación como el país más densamente habitado de los contornos.

Hasta el cuñado epidemiólogo podría escribir el siguiente capítulo de esta saga social. El hacinamiento favorece la difusión del coronavirus, si es que no lo engendra. Así en Madrid como en Nueva York, los barrios más pobres también han recibido un castigo mayor. El matiz que ha sorprendido a los partidarios del alquiler libre es que la plaga no se ciñe a la ebullición de los calderos donde se propaga con mayor facilidad. En un giro de guion digno de Tarantino, la desigualdad de la riqueza lleva a una infección asintomática al joven condenado a un piso patera, pero el virus se transforma en una dolencia mortal cuando se transmite al ciudadano ejemplar de edad avanzada y dolencias subyacentes que proclamaba que “a mí nadie me dice cómo alquilo mi piso”. Entre los cincuenta mil muertos reales que España ha metido debajo de la alfombra y que le han contagiado un descrédito mundial, (el acreditado estadístico Tim Harford en la última edición de fin de semana del Financial Times), por fuerza tiene que haber más de un ejemplo de quienes no sospecharon que la infravivienda funciona como un bumerán.

Resulta estéril rastrear culpables en el paisaje después de la batalla. O durante, porque despertaron y la pandemia seguía ahí. Sin embargo, la potencia de la parábola del piso patera permite extraer enseñanzas cuya aplicación depende de que todos los seres humanos se jueguen idénticamente la piel, el magnífico Skin in the game de Nassim Taleb.

De ahí que la vacuna sea indispensable para seguir respirando, pero también conlleva una dosis de veneno cuando se invoca para que todo siga igual que antes. Es decir, para protegerse de los pisos patera que deben seguir existiendo. La búsqueda de soluciones innovadoras avanzará mientras la incertidumbre sea compartida, y se detendrá cuando un sector cualquiera pueda sentirse absolutamente inexpugnable. La definición ofensiva de inmunidad de rebaño contiene una versión salvadora de solidaridad a la fuerza, hasta erigirse en la única garantía.

La crisis económica de 2008 también alumbró la fantasiosa suposición de la salvación o el hundimiento colegiados. Ocurrió todo lo contrario, se abrió la sima pero pocos imaginaron que se trataba solo de la primera y menos peligrosa oleada de la pandemia. Durante unos meses, cada ser humano ha arrastrado su propia piedra, como el Sísifo de Camus. Para los pesimistas, se trata solo de una ilusión.

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