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Antonio Ortuño

Bienvenida sea la escuela

En la plática que tenían, cuyo protagonista, cómo no, era el virus, todas intervenían a la vez

El otro día, mientras tomaba un café en una terraza, me invadió la conversación, que todo sea dicho era a voz en grito, de un grupo de mamás que desayunaba en una de las mesas cercanas. En la plática que tenían, cuyo protagonista, cómo no, era el virus, todas intervenían a la vez. De vez en cuando se escuchaban algunas frases que, suavizando el lenguaje, venían a decir cosas como: - ¡Vaya lío hay montado otra vez con el virus! ¡Jolines! Ahora ni un cigarro podemos fumarnos juntas después del café-; - “Esas normas son para que no nos juntemos, para que no podamos hablar de lo que realmente está ocurriendo”-, argumentó a continuación una de las mamás. Sin posibilidad de respuesta, inmediatamente, otra mamá coge la palabra y comienza su exposición: - “Pues yo estoy hasta los mismísimos del virus de las narices”.” Y es que lo que más pena me da son los chiquitos, ¡qué pena!” – sin pausa para no perder el turno de palabra, sigue su relato diciendo: -“dentro de quince días es el cumpleaños de mi mayor, y¿ sabéis lo que me dijo la pobre criatura?: “mamá este año no quiero fiesta de cumpleaños, no quiero celebrarlo, es el año del COVID”. Y prosiguió la mamá: “¡Angelica!, ¡me dio una pena! así que le dije que, de eso nada, tú vas a celebrar tu cumpleaños y vamos a invitar a la familia y a tus amigas, ¡cojona!, tanto coronavirus y tanta leche, hombre, ya está bien”-.

Tras una semana a pleno rendimiento en los centros educativos de la comunidad valenciana, al menos en la Vega Baja hemos podido comprobar otra vez la capacidad camaleónica, la capacidad para adaptarse a los contratiempos que tiene el personal docente, no docente y nuestros alumnos. A la rareza y lo extraordinario que tiene para profesores y maestros el impartir las clases con mascarilla, y a veces también con pantallas protectoras, a que no puedes interactuar con los adolescentes, a que apenas puedes repartir un folio y que tienes las manos arrugadas de tanto gel; hay que sumar que los alumnos tienen que guardar las distancias y que algunos alineados con la extensión del brazo, forman filas en el patio para poder entrar a clase, que apenas pueden levantarse de sus asientos, que pasan el recreo “enjaulados” en parcelas en el patio, muchos de ellos con tarjetas identificativas y con un par de minutos sin la eterna compañera, la mascarilla, que únicamente pueden abandonar entre bocados al almuerzo y tragos de agua. Circunstancias excepcionales que de momento y en apenas cinco días, se están convirtiendo en la normalidad diaria de escuelas e institutos, algo inimaginable hace un par de meses. Tengo que reconocer que yo he tenido mis pesadillas antes del inicio del curso. Mal dormía soñando con esos alumnos, esos “Juanitos” despistados, folloneros y siempre con ganas de bromas que todos tenemos en nuestras aulas y a los que creía incapaces de llevar una rutina, una disciplina como la que están soportando. El virus me sigue quitando parte de mi sueño, pero no así mis alumnos que me están demostrando su capacidad de acomodación, de colaboración, y todo aderezado con algo de sentido común, que no es poco para ser adolescentes.

Y todo a pesar de los contagios, que los hay y que los habrá. A pesar de que en algunos centros de educativos las profesoras, los profesores y el alumnado tienen que pagar de su bolsillo los “kits” de limpieza y de desinfección del material escolar y por supuesto las mascarillas. A pesar de que los educadores tienen que seguir interpretando síntomas de enfermedades parecidas a la covid; a pesar de que los docentes de plástica, música o educación física han tenido que ceder sus aulas temáticas en perjuicio de la calidad en la enseñanza de sus materias, y también a pesar de que las autoridades educativas están muy pendientes de como almuerzan los profesores y profesoras de los institutos, y de que en lugar de denunciar a los padres y madres que, teléfono en mano, graban tras las vallas a los menores en el recreo, usan las imágenes para llamar al orden a los equipos directivos que reprenden a los docentes de guardia de recreo. A pesar de todos los pesares, los centros educativos siguen adelante, un día tras otro.

Me quedo sin saber si la hija mayor de mi improvisada tertuliana celebrará o no el cumpleaños. Pero si el criterio de la menor se hace valer frente al de su madre, si la nena consigue que su mamá entre en razones y se aplaza la fiesta de cumpleaños, ¿sabéis lo que os digo? que bienvenida sea; la pandemia no, por supuesto; bienvenida sea la escuela.

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