Parte de «las viejas glorias del periodismo torrevejense» -de las que me vanaglorio ser amigo, aunque soy covero/oriolano/ilicitano, no salinero- «habíamos quedao pa comer». Fuimos los de siempre. Todos menos Reyesico, que tenía un compromiso familiar. Este año, por culpa del jodido bicho, suspendimos las reuniones gastronómicas -en plan jornada de convivencia/camaradería- de marzo y la de bienvenida al verano. El culo inquieto que es la Yedra nos removió el cuerpo y quedamos en plena canícula para chafarnos no sólo una más que suculenta comida -¡a escote na es caro!- sino las copas de sobremesa, lo que ahora se llama tardeo, aunque el tardeo se convirtió en nocheo, porque levantamos el campamento/tenderete sobre las 9 de la tarde/noche. ¡Eso es una sobremesa y lo demás son tontás, pero es que estábamos tan a gusto!.

La Yedra, que ahora resulta que se ha hecho vegetariana -aunque el radiofónico Iñaki dice que es omnívora-, se metió entre pecho y espalda una bebida que yo creía que -por su nombre- era un sucedáneo del paracetamol/ optalidón, pero nada más lejos de la realidad.

Se llama Aperol y resulta que es la bebida italiana de moda, una especie de digestivo con poco alcohol. La Yedra es una especie de «pijota disfrazá de hippie», con camisetas de Frida Kahlo, pantalones anchotes y el pelo -como el de la «chica ye-ye» de Concha Velasco- albotorao, pero, hay que reconocerlo, es buena gente y profesional que ha sabido buscarse/ganarse la vida en los medios. Era lo que tocaba -a ella, claro-, porque tenía que conducir para volver a su casa, en Cabo Roig. Los demás nos chafamos -durante el ágape- unas cuantas cañas, ¡como mandan los cánones!. De todas formas, en cualquier reunión que se precie, siempre hay alguien que es como el embarazo, «la excepción que confirma la regla», y el discordante -como queriéndose hacer el modosito- «se metió» un par de cocacolas. ¡La virgen santa!. ¿Cómo se puede comer, en verano, con un refresco de cola con lo buena que está la «selveza»?. ¡Y eso que él diabético soy yo!

El «azulino» Isidro -apellido, no nombre- nos adelantó que había quedado con «la novia de mi amigo» para tomar café después de comer. Todos estábamos expectantes por conocer a la muchacha, sobre todo la Yedra y yo, porque mi amigo, claro está, la conocía, sino no sería su novia/churri, aunque él -cual delincuente/caco al que los «siviles/picoletos» trincan con las manos en la masa- «lo niega todo» y no habla de según qué cosas porque, en el fondo, es un caballero y las cuestiones de alcoba se quedan en la alcoba. ¡Es como el secreto de sumario que decretan los jueces!

Y en esto llegó «la novia de mi amigo». Una muchacha que en, en su momento, también estuvo vinculada a los medios de comunicación. Es dicharachera, extrovertida -cuenta chistes malos, como yo-, con buena voz y «se le nota enamorá». La delatan los «ojicos» que le pone a mi amigo y, ¿qué queréis?, ¡hacen buena pareja! Pasa de la música de Leyva. No le gustan los jarrones, sobre todo si son chinos -bueno, los de la dinastía Ming sí-, pero «sabe hacer escenitas en la puerta de la habitación» y, como si se tratase de una boda gitana en la que los varones se rompen/rasgan la camisa, no entiende de preámbulos tontos, porque -dice- para eso están los políticos que venden humo. Es directa y -como lo que dice mi amigo José Antonio Quiles- «remata raso y colocao». Tonterías las justas, porque a la novia de mi amigo una de las cosas que menos le gusta es perder el tiempo, ya que, aunque la cosa no está para tirar cohetes, es de las que piensa que «no hay que dejar para luego lo que puedas hacer ya mismo». ¡Mi amigo, Torrebruno, se acojona cuando la ve desbocada!. No sabe si «tirarse al tren o al maquinista», pero, aunque se hace el duro, los «ojiviris le hacen chiribitas» y se delata cuando la mira por retambufa. El caso es que «la novia de mi amigo» nos ha ganao -a Yedra y a mí-, hasta el punto de que, para la siguiente comida -una sardinada para despedir el verano- la invitamos, porque «la novia de mi amigo», Inma, tié chispa/gracejo y se ha ganao un sitio en nuestra mesa! ¡Ciao, bacalao!