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Marc Llorente

Pesadilla en la cocina de Ayuso

Lo de la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, forma parte, con sus “ayusadas”, de la antología de lo más jocoso que han obsequiado los populares. Pero ahora el asunto es totalmente dramático. Cada vez que le han puesto un micrófono, solo ha sabido dar puntapiés a Sánchez y al Gobierno de coalición. Ha lanzado el bumerang a las cabezas ajenas constantemente. Y el artilugio ha chocado en su cogote y en el de su desgobierno. La arrogancia se paga, y peor aún es que la población abone la factura de los platos que ella y unos cuantos han roto con sus deméritos en términos generales. No tienen la exclusiva en la deficiente gestión de la pandemia, aunque se llevan la palma.

Ayuso y su vicepresidente Aguado están al borde de un ataque de nervios. Mucho peor es que frente al abismo esté la crisis sanitaria acompañada por una notable crisis política. Anuncios, desmentidos, contradicciones e impresentable situación, incluso comentada por la patronal madrileña, con resultados alarmantes en un oscuro panorama para gritar. Gritan al reclamar la manguera del bombero Sánchez para ver el modo de reducir las llamas conjuntamente, pese a que las competencias contra la pandemia continúan en poder de la comunidad autónoma. Bien está, en cualquier caso, la unión de esfuerzos con el objetivo común de poner freno a esta pesadilla allí o en cualquier territorio. No nos vale la lucha partidista (que seguirá por desgracia) en esta cuestión.

El confinamiento parcial corresponde a los distritos más humildes. Poco efectivo si a eso no le acompañan, fundamentalmente, los medios materiales y humanos que hacen falta para controlar la pandemia. Si faltan recursos en la región más rica, será porque el PP desmantela la sanidad pública en favor de la privada. Y el anuncio de la presidenta madrileña prometiendo rebaja fiscal en beneficio de las rentas más altas sobre todo. No se cumplen ciertas normas por parte de cada uno, o no es fácil llevarlas a efecto en situaciones donde la realidad lo dificulta.

Las protestas de profesores y sanitarios tocan el timbre en la capital. La atención primaria ya no era buena y se va hundiendo al haber chocado contra el iceberg del coronavirus. La apertura del curso escolar se inició sin las mejores condiciones de seguridad, y se piden más docentes, más personal sanitario en los colegios, más medios y ampliación de espacios, así como que se bajen las ratios en educación especial, infantil y de adultos. No se puede seguir pisando en falso. Más detección, control y ciertas restricciones ciudadanas son imprescindibles para neutralizar el problema.

Algunos, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, se dedican a echar más leña a la lumbre y a convertir el drama en una guerra particular contra el Gobierno de Sánchez. A ver quién vence mientras la ciudadanía contempla y sufre las consecuencias. Esa es la llamada “derecha sin complejos”, como se pudo comprobar en el reciente debate del estado de la región. Da pena oír siempre a Ayuso con sus titubeos, su soberbia llena de boberías como síntoma de debilidad, sus palos al aire, sus anuncios de la peor especie y ese triunfalismo barato a lo Donald Trump. La cuestión es tener tranquila a la ultraderecha, competir con ella y reforzar su alianza parlamentaria ante la anemia de su Ejecutivo y la amenaza de moción de censura.

No sin alguna razón, el caos sanitario en Madrid empuja a Izquierda Socialista, corriente del PSOE, a solicitar a Sánchez que aplique el artículo 155 de la Constitución con objeto de tomar las riendas, controlar las aportaciones económicas del Estado, a fondo perdido, y no convertir la pandemia en una oportunidad de despilfarro y de negocio para los amiguetes que alientan los despropósitos del Gobierno regional. Dicen expertos, y tiene su lógica, que si todo el mundo estuviese en silencio uno o dos meses se erradicaría el virus. Puede ser la mejor vacuna. En boca cerrada no entran moscas.   

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