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Matías Vallés

Ama de casa y revolucionaria

Svetlana Tikhanovskaya.

Se invierte tanta energía en demostrar que Bielorrusia o Ucrania también son Europa, que saldría más rentable admitir que dichas geografías pertenecen a realidades más prometedoras. Ofrecen una frescura desconocida a esta orilla de los asesores de imagen. Por ejemplo, la mayor oposición a la perennidad del semidictador Lukashenko procede de Svetlana Tikhanovskaya, pero dejemos que se presente ella misma. “Yo era un ama de casa, ahora estoy liderando una revolución”. Queda más claro en el subtítulo del artículo que acaba de publicar en el New York Times, “Mi marido fue encarcelado por atreverse a presentarse a las elecciones contra nuestro presidente, así que me presenté en su lugar”.

Es imposible inventar una ingenuidad de tal tamaño. “¿Qué harías por amor?”, interpela Tikhanovskaya en sus vídeos, para adelantar la respuesta de que “yo hice lo que cualquier esposa leal”. Y no se refiere precisamente al comportamiento también abnegado de Cristina de Borbón hacia Urdangarin, que consistió en alentar su adicción al dinero. En fin, solo falta aclarar quién gobernará en Minsk cuando el señor Tikhanovskayo salga de prisión y su esposa le haya ganado la presidencia.

Este no será el primer artículo de la era covid que eluda al virus.

Frente a la energía liberadora de los revolucionarios bielorrusos, los discursos de los expertos en la pandemia se retroalimentan hasta un punto en que de nada sirven los manifiestos de un virólogo, inmunólogo, infecciólogo o epidemiólogo, si alguien sabe distinguirlos. No se dirigen al público y mucho menos a la pandemia, se hablan entre sí. Al estallar la crisis vírica, se debió confinar a unos ilustres practicantes de estas profesiones en un búnker antinuclear, para preservar un mínimo de frescura en sus propuestas. La alternativa es retirarlos, no necesariamente en una prisión, para que sus cónyuges dirijan la urgente revolución global.

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