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José María Asencio

Mantener la normalidad. Una garantía

En este curso tan incierto, después de un aplazamiento obligado por el confinamiento al cual nos vimos sometidos, reinicia la Universidad su actividad aunque sea en condiciones extraordinarias, a veces movidas desde instancias políticas superadas por los acontecimientos y con alguna que otra precipitación o desproporción entre el mal real y el anunciado.

El año era y sigue siendo electoral. La elección de Rector, prevista para junio, va a tener lugar, casi con seguridad, en diciembre, recuperándose con ello la normalidad que la institución necesita, sobre todo cuando hay dos candidaturas: una, la de quien ha sido durante los últimos ocho años vicerrectora de investigación del equipo saliente; otra, la del catedrático Cabezuelo, que fue vicerrector en anteriores equipos.

La primera decisión que debe tomar el nuevo Consejo de Gobierno, cuyos miembros fueron elegidos la semana pasada en una sesión que no puede repetirse, es la forma en que las elecciones deben celebrarse. Esto es, si se hacen de modo telemático o presencial, siendo esta resolución determinante en buena medida de la esencia misma de un método que, de optar por la novedad, será desconocido y, a la luz de las experiencias vividas, poco seguro en sus resultados e, incluso, en su propia gestión.

Debe, considero, el Consejo de Gobierno, ser coherente con la situación real, que no es otra que la semipresencialidad. Esta Universidad tiene como característica la de ser presencial y para ello estamos preparados y ese rasgo es determinante. Este carácter permite unas elecciones presenciales, aunque haya que adaptar el calendario a las medidas extraordinarias que se traducen en que no todo el alumnado acude a las aulas diariamente, sino que lo hace por semanas o días determinados. El voto personal, sea el día de las elecciones o sea anticipado, es posible; basta con ampliar el plazo para ejercerlo de forma previa. Nada de extraordinario tiene lo que es común en este tipo de consultas universitarias y en las políticas. Nada se puede oponer a lo que es regla ordinaria. Optar por otro sistema carece de sentido y justificación salvo que ordenen un nuevo confinamiento, lo que es altamente improbable y poco deseable.

Por el contrario, alterar el sistema y adentrarnos en el poco experimentado voto telemático, implica afrontar riesgos que van desde la inexperiencia, que se traduce en abstención y en error, a la eventualidad de caída de un sistema que, a día de hoy, está demostrando capacidad muy limitada. Qué sucedería si el día de la votación el sistema sufriera uno de esos fallos que la semana pasada han sido tan frecuentes. Y es que el que tenemos estaba preparado para la normalidad y era suficiente, pero ante la realidad se ha visto superado y no parece que tenga un remedio inmediato. Asumir riesgos de esta naturaleza es excesivo. Cambiar todo por razones complejas al menos, carece de explicación razonable. No solo no tenemos experiencia, ni la realidad se ha mostrado en toda su crudeza, sino que tampoco hay razones para optar por un sistema ajeno a la esencia de nuestra Universidad.

Las elecciones no deben llevarse a efecto en forma distinta a la que hoy se sigue en la docencia y me refiero a los alumnos, pues los profesores nos regimos por la plena normalidad y acudimos a nuestros centros de trabajo sin restricción alguna. Normalidad plena o limitada que debe llevar a un sistema coherente con ésta. Voto personal y voto anticipado ampliado para que el alumnado lo ejerza cuando acuda a sus clases.

Si se han hecho de forma ordinaria en Galicia y en el País Vasco, no se entendería muy bien que no se pudieran hacer en la Universidad. Motivos de salud no hay, aunque haya quien pueda encontrarlos. Si hay otras razones habrá que manifestarlas y asumir las consecuencias.

Y campañas personales, aunque los aforos sean limitados. No en redes sociales que no permiten contrastar con el candidato, que no son espontáneas, que permiten manipulaciones profesionales de profesionales, que cambian el discurso sereno y profundo, universitario, por la frase o el eslogan. Nuestra institución no puede verse influida por lo que debemos combatir o, al menos, reducir a su espacio, que es incompatible con lo que se espera de la Universidad.

Muchos son los problemas que nos ocupan y preocupan y el futuro se presenta confuso. Vale la pena, pues, afrontar una campaña que los ponga sobre la mesa y ofrezca respuestas válidas y eficaces en la medida de lo posible. No grandes palabras y lamentos o promesas vacías. No es la Universidad un espacio para la política y menos aún para la palabra huera de razón y sentido, precipitada y fácil. Es la institución que quiere seguir siendo expresión de la inteligencia y la libertad, a pesar de una Bolonia que debemos tener en cuenta para limitarla a su realidad: ninguna. Una farsa, como se ha demostrado en junio y julio. El examen ha sido lo común y la evaluación continua, palabrería que llena guías que nadie lee y menos cree.

Se marcha un buen Rector que en sus últimos meses se ha tenido que enfrentar a un drama que no quisiera para nadie. Criticar es fácil; presentar alternativas, más complejo. Y en la Universidad, si queremos que siga siendo un espacio para reflexión, no son de recibo la queja, el lamento y la crítica ramplona; no forman parte del espíritu universitario.

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