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McEvoy

La máquina del tiempo

La semana pasada les comentaba lo absurda que me parece la moda del llamado «lenguaje inclusivo» que utilizan aquéllos cuya ignorancia les lleva a pensar que esa forma de expresarse es lo «políticamente correcto». Pues bien, la misma noche que envié ese artículo a la redacción del INFORMACIÓN, lo suelo hacer los miércoles, oí en una televisión local unas declaraciones que leía nuestra concejala de Bienestar Animal, María Dolores Galiana, en las que hablaba, y les juro que es literal, de «los y las animales».

En cualquier caso, estas fruslerías no dejan de ser anecdóticas en comparación con un hecho que también acaeció después de que mi artículo entrara en rotativa: la derrota que sufrió el Gobierno en la votación sobre el uso de los remanentes de tesorería de los ayuntamientos, cuestión que yo calificaba de expolio con todas las letras, y que ha obligado al Ejecutivo a rectificar y hacer de la necesidad virtud, eliminando la regla de gasto para permitir que las corporaciones locales puedan hacer uso de sus ahorros. Les confesaré que la medida me gusta a medias, porque temo que algunas de ellas, incluida la nuestra, dediquen ese dinero a asuntos baladíes y nos vuelvan a endeudar, como ya hicieron otros consistorios socialistas en Elche.

Muchas veces le gustaría a uno tener una máquina del tiempo para poder adelantarse y conocer estos acontecimientos antes de que se produjeran, pero eso es imposible. De hecho, la propia NASA cuando intenta explicar el concepto de viajar en el tiempo, nos revela que todos lo hacemos, a la velocidad de un año entre cumpleaños y cumpleaños y de un segundo por segundo. Ahora bien, en el campo teórico, como demostró Einstein, y en el práctico, en experimentos llevados a cabo en aviones supersónicos y satélites geoestacionarios, sí es cierto que el tiempo transcurre ligeramente más despacio cuando viajamos a grandes velocidades.

La fascinación que la posibilidad de viajar en el tiempo siempre ha despertado en el hombre se ha reflejado también en la literatura. Son numerosas las novelas que tratan el tema, siendo una de las primeras y más famosas la que se titula, precisamente, La máquina del tiempo. Escrita por el inglés H.G. Wells y publicada en 1895, nos narra la historia de un científico que construye una máquina que le permite viajar al futuro, hasta el año 802.901, donde encuentra una sociedad de seres que han evolucionado a partir de los humanos y cuya sociedad se encuentra dividida entre los «Eloi» y los «Morlocks»; los primeros viven en edificios futuristas, aunque degradados, y parecen felices y descuidados. Los segundos tienen un aspecto simiesco, viven en las profundidades de la tierra y sólo salen de noche.

En el fondo, H.G. Wells parece establecer un paralelismo entre los Eloi y los Morlocks y las clases dirigentes de su época y la clase trabajadora. Los primeros se han acomodado y perdido toda su fuerza física e intelectual, mientras los segundos han sufrido un proceso de total embrutecimiento. Naturalmente, hay que tener en cuenta el contexto victoriano en el que la novela fue escrita. Pero el texto de Wells va más allá. Quizás la idea central es que hay más de una forma de ver el futuro. El tiempo y la temporalidad son conceptos implícitos a cualquier narración, pero en La máquina del tiempo la representación de la temporalidad, en el sentido de tener consciencia del presente para enlazarlo con el pasado y el futuro, no es un mero subproducto de la trama, sino el tema principal de ésta.

A esa fascinación que les refería del hombre por los viajes en el tiempo no es ajeno ni el Gobierno de España. El problema es que los buenos gobernantes son los que miran hacia el futuro, mientras que los que ahora rigen nuestros destinos parecen empecinados en mirar hacia el pasado, quizás como forma de evitar que el pueblo se percate de los muchos y graves errores que están cometiendo en el presente y, como decíamos en el párrafo anterior, es necesario tener consciencia del presente para tenerla del pasado y del futuro.

Quizás nuestra democracia sea mejorable, a pesar de figurar como una de las mejores del mundo en los diferentes rankings internacionales realizados por organismos independientes, pero hay que saber dónde estamos, de dónde venimos y, sobre todo, a dónde queremos llegar. Sin embargo, el Gobierno no tiene un plan para el presente, y mucho menos para el futuro, de modo que sólo le queda legislar sobre el pasado. El Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática que aprobó el Consejo de Ministros el martes es un claro ejemplo.

El objeto de la Ley, según el texto del anteproyecto es «el reconocimiento de los que padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, de conciencia o creencia religiosa, de orientación e identidad sexual, durante el período comprendido entre el golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil y la Dictadura franquista hasta la promulgación de la Constitución Española de 1978. Se trata de promover su reparación moral y recuperar su memoria e incluye el repudio y condena del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura».

Como casi todas las exposiciones de motivos de las leyes, ésta incluye bonitas palabras pero tan falsas como los que las han escrito. En primer lugar porque acota el período temporal de una forma sospechosamente precisa, quizás para no incluir los hechos acaecidos en España entre 1931 y 1936. En segundo lugar porque entra en contradicción con la Ley de Amnistía de 1977. Pero la Ley de Amnistía se podría derogar, argüirán algunos de ustedes. Efectivamente, se podría haber hecho en 2011 cuando se llevó esa propuesta al Congreso, pero entonces el PSOE votó en contra.

O tempora, o mores! Senatus haec intellegit, consul videt; hic tamen vivit. Vivit! . (Cicerón, In Catilinam I 2).

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