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Amparo Navarro Faure

Todo cambia

El estudiantado está muy enfadado y creo que tiene razón

 Hace unos días comentaba cómo fue mi primer día en la Universidad de Alicante, hace muchos años, y plasmaba mis deseos de enviar ilusión y ánimo al estudiantado y al profesorado que empezaba la nueva “anormalidad” de un curso raro y extraño.

Sin embargo, hoy quiero contar lo que me cuentan y lo que yo he vivido en estas últimas semanas. El estudiantado está muy enfadado y creo que tiene razón. El profesorado también, y comparto su inquietud y su malestar. Es lógico que la Universidad de Alicante, como universidad presencial que es, apostara por la presencialidad y, de no ser posible, por un sistema dual. La presencialidad es insustituible en la calidad docente y todos estamos de acuerdo, estudiantado y profesorado, en que queremos una docencia presencial. No sólo por la calidad docente y de evaluación de conocimientos, sino porque la Universidad es mucho más que aprender contenidos. Pero también estamos de acuerdo que en esta situación no es posible, por razones de salud pública, tener una presencialidad normal.

El sistema dual se podría haber realizado de muchas maneras. No seré yo quién diga cuál habría sido la mejor; se me ocurren por ejemplo teoría “on line”, junto a prácticas y exámenes presenciales; presencialidad solo para resolución de problemas o de tutorías; presencialidad a través de app de reservas, etc. Finalmente se optó por un sistema que a mí me pareció bien cuando me informaron, por lo que no puedo descargar ninguna responsabilidad en nadie: los alumnos rotarían por turnos presenciales semanales, mientras el resto recibiría sus enseñanzas a través del aula virtual.

Algunos profesores ya nos planteábamos ciertas dudas sobre el sistema: la primera, que no es lo mismo preparar una clase “on line” que presencial, por lo que podíamos sufrir una especie de bicefalia a la hora de preparar la asignatura. La segunda, que en Grados con asignaturas de muchos alumnos matriculados, el sistema de rotación provocaría que la asistencia de estudiantes se limitara a una semana de cada cuatro o más. Nos preguntábamos qué harían entonces los estudiantes de fuera de la ciudad de Alicante, que estuvieran ante la disyuntiva de buscar piso o residencia en esas condiciones; nos generaba dudas si los estudiantes querrían venir para recibir una clase de largo en largo, que por otra parte podrían seguir perfectamente desde sus casas. A todos esos problemas, se añadió el anuncio a punto de empezar el curso, de que el aforo se limitaría aún más, dado que el respeto al 1,5 m de distancia reducía ese aforo a un 25% o 30% de presencialidad. Esa reducción, combinada con el diferente número de alumnos por asignaturas del mismo curso, ha provocado lo que todos sabemos: que haya alumnos que finalmente tienen que venir todos los días, pero intercalando clases presenciales con clases “on line” en el mismo día, a veces seguidas y sin tener tiempo de desplazarse de un sitio a otro; con la consiguiente desincentivación por parte de los alumnos a acudir a las aulas, sobre todo de aquellos que viven más lejos.

Creo que hizo bien la Comisión de Adaptación Curricular de proceder a la revisión del sistema, y creo que es de una lógica aplastante que no se exija al estudiante la presencialidad en esas condiciones. Pero eso ha debido de ser así siempre. La clase, es un instrumento más en el aprendizaje y salvo las prácticas, que necesariamente han de ser obligatorias, el estudiante es suficientemente responsable para utilizarlo o no. Lo que le tenemos que garantizar es que las pueda recibir de un modo u otro y que el profesorado las pueda impartir sin fallos del sistema.

Por su parte, el profesorado también ha sufrido desde marzo un sentimiento de soledad frustrante. En nuestros concursos-oposiciones para obtener nuestros puestos docentes, se nos exige que seamos buenos investigadores, que hayamos hecho transferencia de conocimiento y que seamos buenos docentes. Pero tenemos que serlo en nuestras materias respectivas: el profesor de química, física o matemáticas, por poner un ejemplo, tiene que saber mucha química, física y matemáticas, y debe demostrar que lo sabe enseñar y transmitir en una Universidad presencial. Ninguno presentamos un proyecto docente para una Universidad a distancia. Todos somos conscientes de que la pandemia lo ha cambiado todo, incluidas la forma de relacionarnos con nuestros estudiantes, nuestras habilidades tecnológicas y nuestra necesidad de formación. La soledad sólo se vence con el acompañamiento y con la comprensión.

En épocas de crisis, la mejor forma de salir de ella es con un gran Pacto entre todos, que empieza por la empatía por ponernos nosotros en la piel del estudiantado, y éste, en el lugar del profesorado y del Personal de Administración y Servicios. Yo estoy dispuesta, porque me acuerdo de los versos de mi canción favorita de Mercedes Sosa: “Cambia todo cambia, pero no cambia mi amor por más lejos que me encuentre, y lo que cambió ayer tendrá que cambiar mañana”.

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