Una de las grandes curiosidades que cubre el tiempo en el género humano es su asincronía, no porque la memoria se vaya mermando con los años, que también, sino por el papel que juega la temporalidad en nuestra realidad.

En la infancia estamos deseosos de ser mayores para poder gozar de todas las ventajas que vemos en los adultos. Pero hasta esa mágica edad legal, todo son suspiros y anhelos por alcanzarla, con fines puramente interesados, porque en ningún momento se piensa, que además de los supuestos beneficios, también se entra en la etapa de ser ajusticiado con todo el peso de la ley.

El límite en el cual se invierte el proceso es algo dudoso, pero llega un punto temporal en el que se empieza a restar, intentando por todos los medios a nuestro alcance parecer más jóvenes de lo que en realidad somos. Probablemente gocemos de una armonía relativa durante una veintena de abriles, que abarcaría desde los veinte a los cuarenta, dependiendo, eso sí, del sexo y la circunstancia.

Hay un juego psicológico muy interesante que trata de plasmar el equilibrio emocional en función del ajuste temporal de cada persona. Se trata de preguntar al evaluado que, si por un avatar del destino pudiera plantarse en una edad determinada, en cuál lo haría. Aquel que sin titubear se queda con la edad que tiene en ese momento, nos estaría indicando una nivelación emocional envidiable, ya que está completamente ajustado entre lo que tiene y lo que desea, sin la más mínima curva de desviación.

El problema aparece cuando la respuesta es muy discordante entre la edad real y la edad deseada, siendo proporcionalmente mayor cuanto más se aleje de este parámetro. Una persona de cuarenta años que se quiera plantar en los veinte, tendría una desviación de veinte años, que distorsionaría por completo su auténtica situación y, por supuesto, la aceptación de sí mismo.

Hay un periodo crítico que vivimos con más dificultades, porque comenzamos a ser conscientes del deterioro, aparecen las canas, la caída del cabello, las arrugas y las manchas en la piel, los abultamientos en el cuerpo y la flacidez, las lagunas de memoria y los achaques de salud. Cuando llega el temido declive se intenta que la juventud permanezca en el interior. Quien lo consigue de forma natural disfruta de una vejez dulce y feliz, alejado del estereotipo de cascarrabias. Las edades son para disfrutarlas no para sufrirlas.