La política española hoy es una desafortunada acumulación de pulsos entre unos poderes y otros, entre partidos y entre sus dirigentes, con la ciudadanía molesta por tanto desatino. La crisis sanitaria en Madrid, cada vez más inquietante, «es un pulso con muertos en la mesa», ha escrito Susana Quadrado en La Vanguardia. Después del episodio de la supuesta «paz de las banderas» entre Pedro Sánchez y la presidenta Isabel Ayuso, han estallado las hostilidades. El ministro Salvador Illa exige a Ayuso que «escuche a los científicos para salvar vidas en Madrid». Marcan los epidemiólogos las fases: contagios masivos, ingresos hospitalarios, UCIS y finalmente defunciones. A eso se refieren con la advertencia de que «vendrán semanas muy duras». Pero no está probado que se haga todo lo posible por impedirlo cortando el proceso ascendente hacia el drama. 

Hay otros pulsos menos dramáticos pero inadmisibles: el parlamentario para no renovar el Consejo del Poder Judicial, incumpliendo la Constitución; o programar la sentencia sobre la inhabilitación de Torra tan cerca de la graduación de nuevos jueces, a la que asiste tradicionalmente el Rey. Es un pulso entre poder judicial y Gobierno. No otra cosa. Y un pulso, además, en el interior de la Fiscalía del Estado donde su número dos, al borde de la jubilación, acusa de maniobras antigubernamentales a algunos colegas. Es un dato interesante sobre la existencia, a la altura de mayo, de una conspiración para acorralar y derribar al Ejecutivo. Y así sucesivamente.

En huida hacia adelante, Pedro Sánchez negocia a varias bandas, incluidos nacionalistas radicales, para aprobar los Presupuestos del Estado; eso tiene un coste electoral que ya se detecta y que puede ir a más por la disconformidad ciudadana. Pero es el billete, caro o carísimo, veremos, para su continuidad en el Gobierno. Podrían hacerse las cosas de otro modo, sí, pero el Partido Popular, por miedo a Vox, que sigue subiendo, o porque su historia no lo permite, empuja a Sánchez a ese desafío. Mientras, el inteligente movimiento de ajedrez de Inés Arrimadas, que tanto irrita a Podemos y a Esquerra, sale a desacreditarlo Albert Rivera que decía haberse retirado de la política. Aprovechando la salida de su libro, en el que culpa a Pedro Sánchez, cómo no, de todas sus desventuras que lo llevaron a hundir su partido, Rivera entorpece la reconstrucción que intenta su sucesora.

Por si faltara poco, Pablo Iglesias y Alberto Garzón, desde el propio gabinete, arremeten contra el Rey en una maniobra de distracción mediática sobre sus propios problemas internos y judiciales. Pablo Casado anunció el fin de semana que pedirá en el Congreso la reprobación del vicepresidente Iglesias, que no distingue con facilidad entre la compostura exigida por su cargo institucional y su condición de líder político en los mítines. Con afilada ironía, un destacado personaje de las finanzas españolas, comenta que «la ventaja de que Iglesias y Garzón dediquen su tiempo a ocuparse del Rey es que así no hablan de economía, ahuyentado a las empresas y a las inversiones posibles». Recuerdan, este y otros financieros, la salida de empresas a Portugal y de capitales a Luxemburgo en las primeras declaraciones de estos ministros. Solo nos faltaría eso en esta confusión. Comprensible el hartazgo de la ciudadanía.