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José Vicente Cabezuelo

Lo antes posible, pero no antes de lo posible

Ninguno sabemos a ciencia cierta cuál es el escenario que nos vamos a encontrar en los próximos meses, pero sí tenemos al menos dos certezas encima de la mesa: un curso muy complicado que nos está exigiendo y nos va a exigir que demos lo mejor de nosotras y nosotros y un proceso electoral para elegir a la persona que dirija el Rectorado de la Universidad de Alicante. Todo lo demás son detalles, en algunos casos relevantes, pero el horizonte hay que tenerlo muy claro. Y en ese horizonte tenemos una realidad acuciante: la responsabilidad de garantizar la seguridad de toda la comunidad universitaria y el compromiso de ofrecer la mejor formación a nuestro alumnado y las mejores condiciones para el personal de administración y servicios y el profesorado.

La universidad es un espacio para el debate y la reflexión. Es el momento de exponer ideas, objetivos y propuestas para contrastar en pos de un objetivo que sin duda es común: avanzar hacia la mejor universidad posible que tenga a las personas en el centro de sus prioridades. Me viene a la cabeza la afirmación de Lakdahr Brahimi, enviado especial del secretario general de las Naciones Unidas a Irak en 2004, cuando señaló “debemos celebrar las elecciones lo antes posible, pero no antes de lo posible”. La Universidad de Alicante, sin duda, necesita seguir adelante y ello implica cumplir con el mandato democrático que debe conjugarse con la seguridad de todas las personas.

Aquellos que conocemos la institución, que sabemos cómo funciona la Universidad de Alicante, somos conscientes de la importancia de contar con un equipo de gobierno fuerte y cohesionado con los valores de nuestra institución y liderado por una persona con firme compromiso de respuesta ante los retos que se planteen. Se exige un estilo de gobierno basado en el diálogo y ágil a la hora de tomar decisiones, más si cabe en unos momentos donde no hay tiempo para la duda y se impone la acción. Eso pasa por unas elecciones en las que se confronten proyectos, formas de entender la universidad y el liderazgo que se necesita para avanzar.

Todo esto y no cualquier otra cosa es lo que ocupa mis reflexiones en estos momentos. La universidad y su comunidad son una unidad; sin ella, nada tiene sentido. Al politólogo e historiador de las ideas Isaiah Berlin le gustaba citar un aforismo “mi paisaje son las personas”, que hago propio para el caso en mi concepto de universidad: un lugar de las personas y para las personas.

Las elecciones deben celebrarse, no caben más aplazamientos. Sin duda sobre eso existe un amplio consenso. Y también lo hay sobre avanzar en la digitalización, un campo que impulsa las posibilidades de participación. Pero el consenso también debe existir en la seguridad y en las garantías del proceso.

Pienso en una universidad comprometida con las personas y con la sociedad, con las que establece una relación ética y transparente. Una universidad, en definitiva, humana, cercana, que crea ciudadanía en el sentido que el filósofo Bertrand Russell da al término, transmitiendo valores y principios socialmente avanzados y respondiendo a los retos a los que se enfrenta la sociedad. Una universidad que se centra en lo prioritario, las personas que estudian y trabajan en ella. Unas personas que nos hemos visto sacudidas y conmocionadas por la magnitud de la pandemia que estamos viviendo a nivel mundial, pero que hemos sabido dar un paso adelante y afrontar, con seguridad, el restablecimiento de la actividad presencial en nuestro campus, y que ahora, cuando ha llegado el momento, cuando “ha sido posible”, retomamos el proceso electoral.

Este es el reto: elegir a las personas que lideren una universidad transformadora que sea catalizadora de la creatividad y el talento al servicio de ellas mismas y de la sociedad. Somos un servicio público, nos debemos pues a nuestro entorno. Un hecho indiscutible: un objetivo inmejorable.

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