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Fernando Ull

Cambio de ciclo

La pandemia sanitaria que antes o después dejaremos atrás tiene visos de que modificará hábitos y costumbres que hasta ahora creíamos que iban a ser inalterables. Los pequeños cambios a los que poco a poco nos vamos acostumbrando forman parte de otro mayor que no acabaremos de vislumbrar hasta dentro de algunos años.

Ha coincidido en el tiempo la grave crisis sanitaria y económica consecuencia del virus Covid-19 con otra más prolongada que, aunque es silenciosa lleva años horadando el tejido comercial y productivo de las ciudades. Me refiero al hecho de que algunas ciudades con una población lo suficientemente grande como para tener unos alrededores plagados de polígonos industriales y urbanizaciones de todo tipo, tengan al mismo tiempo un centro urbano poco definido compuesto, a lo sumo, por unas pocas calles más o menos amplias que no han conseguido, a pesar del esfuerzo de los gobiernos municipales, convertirse en centro de atención de los residentes de la propia población, es decir, de los barrios aledaños, ni de aquellos que se marcharon a vivir a las afueras buscando una supuesta tranquilidad.

Calles y plazas que durante los años 80, 90 y la primera década de siglo fueron centros neurálgicos de la vida cultural, económica y social de ciudades de tamaño medio, comenzaron a languidecer con las crisis de 2008, iniciando una lenta pero constante caída que ha terminado por transformarlos en calles sin vida que se utilizan para ir de un barrio a otro y no para la que durante décadas fue su función principal: la de vertebrar el alma de una ciudad gracias a aportar a sus habitantes un recorrido sentimental a base de recuerdos.

Tenemos el ejemplo de Elche, ciudad que durante años fue motor de la economía de la provincia gracias al calzado y a los mil y un talleres que se repartían por toda la ciudad y que pasó de ser la ciudad oscura e incómoda de los años 80 con calles estrechas y mal pavimentadas y plazas que no utilizaban ni los perros para hacer sus necesidades, a una ciudad luminosa con un centro histórico cuidado, excelentes museos como el Museo Arqueológico y de Historia o el Museo de Arte Contemporáneo y calles con restaurantes y tiendas de buena calidad. Sin embargo, en un momento dado, la calle comercial más importante que en su momento reunió a las firmas comerciales más importantes, o por lo menos más conocidas, comenzaron a cerrar para irse a centros comerciales, los cines de toda la vida desaparecieron y los bancos cerraron sus sucursales más céntricas. Esto ha hecho que el centro de Elche haya entrado en un declive paulatino pero imparable de difícil solución.

Un caso muy similar es el de Alicante. Durante los años 80, el centro comercial estaba formado por un triángulo que iba de la calle Mayor a la plaza de los Luceros pasando por la calle Castaños. Había tiendas de todo tipo, cines y sucursales bancarias. También había quioscos y alguna cafetería. Después, con la apertura de El Corte Inglés, el centro se desplazó a la avenida de Maisonnave y calles adyacentes. Se abrieron los horribles centros comerciales en ambos lados del puerto y el barrio continuó siendo el lugar al que todos los borrachos y borrachas de los pueblos de alrededor de Alicante venían a hacer lo que en sus localidades nunca harían. Con el comienzo de siglo la gente joven prefirió irse a vivir a las zonas de playa, desde la playa de la Albufereta hasta El Campello, iniciándose el declive del centro de Alicante que, al igual que el de Elche, tiene difícil solución. La Rambla de Méndez Nuñez, lugar en el que hace unos años cualquier marca comercial soñaba con poder abrir un establecimiento, tiene ahora locales libres durante meses como consecuencia de precios de alquiler desorbitados y porque la población alicantina ni vive en el centro ni tampoco quiere venir desde los barrios más cercanos.

No hace falta recordar que los principales responsables del declive de los centros de las ciudades, o por lo menos en aquellas donde este fenómeno se esté produciendo, somos los propios residentes. Dejamos de ir al cine porque podíamos ver las películas gratis en algunas páginas web. Cuando se logró que se cerrasen aparecieron plataformas televisivas con un sinfín de aburridas series (al menos para mí) con capítulos y más capítulos que se alargan en el tiempo. Las grandes firmas de ropa apostaron por los centros comerciales donde compradores mareados por el ruido y el amontonamiento de personas son dirigidos a gastar dinero como autómatas. Las librerías del centro fueron cerrando porque las nuevas generaciones leen cada vez menos. Ahora la excusa para no leer es que en las series de televisión ya hay suficientes intrigas y filosofía. No es broma, he escuchado este argumento más de una vez. Y para colmo, el turismo ha desaparecido por un tiempo impredecible como consecuencia de la pandemia y con ella los visitantes extranjeros que gastaban su dinero en las tiendas y restaurantes del centro de Alicante.

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