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Joaquín Rábago

La producción industrial de animales para el consumo humano es un vivero de coronavirus

No es que no estuviésemos ya avisados por el mundo científico, pero los políticos de todo el mundo, presionados por los lobbies de la industria cárnica, prefirieron mirar para otro lado, y así nos encontramos ahora con una nueva pandemia que causa morbilidad y mortalidad sin precedentes y paraliza economías enteras.

Hace ya diez años hubo otra pandemia, la de la llamada peste porcina, causada también por un coronavirus, el H1N1, que mutó en los animales. En realidad era, según los científicos, una combinación de cinco virus distintos que habían intercambiado material genético y podían infectar lo mismo a los animales que a los humanos.

Su propagación se produjo también a gran velocidad: en solo cincuenta semanas, el nuevo coronavirus afectaba ya a cuarenta y tres países, según informó entonces la Organización Mundial de la Salud. Las estimaciones varían sobre el número de víctimas de aquella pandemia y oscilan entre 151.700 y 575.400.

En 1997 estalló una nueva epidemia, la de la llamada gripe aviar, causada por un patógeno nuevo – el H5N1- que también se extendió rápidamente a más de una cincuentena de países en varias regiones del globo. Una de las causas principales de la difusión del nuevo virus, que había aparecido ya antes, fue el rápido incremento de la población aviar sobre todo en los países en desarrollo.

Antes de los años noventa, el patógeno HPAI había causado elevada mortandad, pero solo en entre las aves, pero las infecciones eran entonces esporádicas y susceptibles de control. Sin embargo, con las nuevas granjas avícolas, con una enorme densidad de animales en espacios cada vez más reducidos aumentó su frecuencia.

El primer virus A/H5N1 fue descubierto por los científicos en un ganso en China en 1996, pero los primeros casos de transmisión a humanos se produjeron al año siguiente en Hong Kong. Y desde 2003 se han registrado centenares de infecciones de humanos en más de de sesenta países.

Ese virus obligó a sacrificar a millones de aves en un intento de frenarlo, pero se produjeron nuevas mutaciones, surgieron otras variantes y el patógeno se perpetuó en otros animales, sobre todo en los encerrados en las granjas avícolas-

Más del 90 por ciento de la carne que se consume en todo el mundo – incluso el 99 por ciento en el caso de EEUU- procede de ese tipo de fábricas de animales, donde éstos, ya sean aves o ganado porcino, pasan los días de su existencia totalmente hacinados, sin poder apenas moverse en sus jaulas, respirando continuamente el aire fétido de sus propios excrementos, sometidos a constante estrés y sin poder ver el sol.

Además, el deseo de conseguir animales casi genéticamente idénticos hace que un virus pueda dar rápidamente el salto de unos animales a otros sin toparse con variantes genéticas capaces de frenar su avance, lo que puede otorgarles incluso mayor virulencia.

Como escribe el médico estadounidense Michael Greger, autor de un libro dedicado a la fiebre aviar (“Bird Flue: A Virus of our Own Hatching), “si usted quiere crear pandemias globales, no tiene más que construir fábricas de animales”.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura advirtió hace ya siete años en un informe que “la salud de los animales encerrados en granja es “el eslabón más débil de la cadena sanitaria global”.

Sigamos subvencionando esa industria basada en el sufrimiento animal para poder vender la carne lo más barata posible tanto en nuestros mercados como en los del mundo en desarrollo, y terminaremos cosechando lo que hemos sembrado. Volverá a suceder una y otra vez. No culpemos, pues, sólo a los murciélagos y otros animales salvajes de lo que nos pasa. 

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