El hombre medieval era muy dado a pensar en la muerte, al fin y al cabo, estaba al orden del día. Pero no lo hacía de una forma individual, como la desaparición de todos y cada uno de nosotros, sino de una forma genérica, filosófica o metafísica. En el renacimiento, en cambio, la muerte se percibía de otra forma, como una suerte de fuerza igualitaria que no respeta ni poderes ni fortunas.

Es cierto que la muerte nos iguala a todos cuando llega el fin de nuestros días. Pero si hay algo que, hasta hace unos años, nos podía llegar a igualar a todos en vida, era la educación, concebida como un ascensor social en el que, hasta las capas más humildes de la sociedad podían subirse para alcanzar los más altos estadios mediante el esfuerzo, el sacrificio y la perseverancia.

Como habrán podido comprobar los que tienen la paciencia y la deferencia de seguir esta sección semanal, a pesar de dedicarme profesionalmente al mundo de la enseñanza, como inspector de educación, no suelo hablar de este tema. Quizás por miedo a enredarme en aspectos técnicos que puedan aburrirles, o acaso por no querer pontificar desde un púlpito que, como servidor público, no me corresponde. Tomen pues lo que les voy a decir como la opinión de un ciudadano más que expresa su parecer, que puede ser igual de válido o de erróneo que cualquier otro.

La cuestión es que el pasado día 30 de septiembre, se publicaba en el Boletín Oficial del Estado el Real Decreto-ley 31/2020, de 29 de septiembre, por el que se adoptan medidas urgentes en el ámbito de la educación no universitaria. Dejando a un lado mis dudas sobre la conveniencia de legislar sobre una materia tan delicada como la educación utilizando la figura del Real Decreto (es decir, dictando la norma directamente desde el poder Ejecutivo), justificado en este caso porque, en principio, estas medidas sólo serán de aplicación mientras dure la pandemia; largo me lo fiais.

De esa norma, que va absolutamente en la línea de lo que el Ministerio ya ha avanzado como sus intenciones para la enésima reforma educativa en ciernes, me gustaría poner el foco sobre el artículo 5 (Criterios de evaluación y promoción en Educación Primaria, Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato) y el 6 (Criterios para la titulación en la Educación Secundaria Obligatoria y en Bachillerato). En esencia, lo que esos artículos consagran es la desaparición de la repetición de curso, tema cuestionable, pero ni bueno ni malo en si mismo y, cosa que a mí sí me parece negativa, la posibilidad de titular tanto en secundaria como en bachillerato con materias pendientes.

Es cierto que en secundaria ya se podía titular con materias pendientes, con unas condiciones objetivas y tasadas por la norma, pero que se pueda titular en bachillerato, una enseñanza postobligatoria y propedéutica, sin haber aprobado todas las materias me parece una manera de degradar la validez del título que se otorga e igualar a los estudiantes por abajo. Algunos pensarán que estas medidas son progresistas. Yo opino todo lo contrario. La degradación de la educación y, por ende, de la posibilidad de promoción social mediante el estudio y el esfuerzo es retrógrado, pues provocará que sólo los alumnos cuyas familias tengan el suficiente nivel socioeconómico puedan acceder a unas ayudas externas que se harán imprescindibles cuando los estándares académicos de la enseñanza pública se vean, indefectiblemente, degradados.

Claro que la población, de estos asuntos, parece no enterarse. Ya se encargan los políticos de generar fuegos de artificio, en forma de polémicas estériles, para hacer y deshacer a su antojo sin que nadie repare en ello. Como muestra, les diré que el mismo día que se publicó el Real-Decreto ley al que me refería, en Elche, Carlos González y Pablo Ruz estaban enzarzados por la petición de este último de un pleno extraordinario para defender la Monarquía. A esa petición, el alcalde respondía que lo haría, por imperativo legal, pero que no era momento de entablar debates partidistas. Si hubiera terminado ahí sus declaraciones, habría sido impecable. Pero nuestro primer edil es muy dado a extenderse en sus alocuciones, y eso le pierde. Al final, me duele decirlo, porque créanme que les profeso cierto afecto en lo personal a ambos, tanto González como Ruz, Carlos como Pablo, han quedado, una vez más, como los amantes de Teruel en el celebérrimo dicho.

En fin, ya que la educación va a dejar de ser un factor igualador, ya sólo nos quedará la muerte. Por eso quiero terminar este artículo con unos versos de las famosas Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, y con un reconocimiento a una persona que conocí hace poco, en el funeral de mi suegra, q. e. p. d.; el Rvdo. Sr. D. Joaquín Martínez Morales, al que todos los familiares presentes quedamos muy agradecidos por la forma, tan humana y entrañable, en que ofició la ceremonia, rito del tránsito que todos hemos de atravesar.

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir,

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos,

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.