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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Personas o votos

Leo hace unos días una entrevista a un médico sobre la pandemia. Todo lo que dice me parece interesante y sensato. A primera vista incluso parece juicioso cuando, entre las medidas esenciales de lucha contra la enfermedad, incluye que los políticos piensen más en las personas que en los votos. Digo a primera vista, porque cuando lo leo dos veces me parece un desatino. Y, sin embargo, de estas hay en toda entrevista o editorial que se precie. Vayamos por partes. Supongo que el médico considera que es bueno en el actual clima desprestigiar la política, elevando el nivel de desconfianza y crispación, porque sólo de esta manera se entiende la generalización. ¿Se imaginan que ante una noticia de mala práctica médica o abuso en los precios por asistencia privada, un político dijera “los médicos se preocupan más por el dinero que por la vida de sus pacientes”? Claro que no: sería una estupidez. Porque toda generalización es negativa y falsa. Se me podrá objetar que hay más políticos que lo hacen mal que médicos. Seguramente es verdad y espero que así lo sea. Pero también es verdad que los políticos están expuestos constantemente al escrutinio público y que es una regla de la democracia que una parte de los políticos critiquen a otra parte -otra cosa es cómo lo hagan. Y, sobre todo, que los médicos disponen de criterios fijos para discernir lo que deben hacer en situaciones normales que, en muchos casos, ha sido el resultado de siglos de aciertos y errores… que costaron muchas vidas. En las situaciones extremas todos estamos dispuestos a ofrecer al médico un margen de tolerancia mayor ante el error. Exactamente lo contrario que con los políticos.

Pero, sobre todo, lo interesante del aserto es la dicotomía entre personas y votos. Y lo es porque quienes votan son las personas. De tal manera que si “los políticos” ansían votos por encima de las personas sería porque las personas están de acuerdo con que se preocupen más por los votos que por ellas mismas. Con lo cual se cierra el círculo y los políticos hacen bien en no preocuparse prioritariamente por las personas. Una locura, ¿verdad? Lo es. Pero el peligro de esta demencia consiste en que, hasta personas cultas y razonables, se sienten obligadas a atacar a la política porque, si no, no son creíbles. Amparadas en su indudable altura científica -en este caso- no se sienten animadas a distinguir, a matizar. Diagnóstico al bulto.

Quizá el médico quiera decir otra cosa. Quizá lo que quiera decir es que los políticos están más preocupados por la economía que por la salud. También es engañoso, aunque algo menos. Porque es cierto que hay políticos que están en esa posición. Pero el juicio aquí es puramente moral, no político, no técnico. ¿Qué es mejor, medio millón de muertos con una economía saneada o 100.000 muertos con una economía maltrecha? Algunos parecen decidirse por lo primero. Pero en realidad es una pregunta trampa: es imposible 500.000 muertos y una economía saneada. Esto es algo que casi todos podemos entender. Todos menos los que se ven afectados económicamente por la pandemia en un sector y piden apertura para este, aunque sea corriendo riesgos, o, por lo común, transmitiéndolos a sus trabajadores o consumidores. Si a esos mismos se les pregunta por restricciones en otros ámbitos no conexos seguramente estarían de acuerdo. ¿Y qué dirían algunos si la elección fuera entre subvenciones a su sector económico o a la investigación para vacunas? Con esta clase de dilemas es con los que muchos políticos lidian estos días.

Lo que viene a demostrar todo esto, y las series de encuestas que se están sucediendo, es que la fragmentación social y política, y la consecuente polarización, es creciente y extraordinariamente peligrosa: para la vida, para la salud, para la economía y para la democracia. Es absolutamente tremendo contemplar cómo la apreciación de la vacuna depende en buena medida del recuerdo de voto. ¿Tienen la culpa de eso los políticos? Algunos sí. Y los periodistas. Y los economistas enamorados del neoliberalismo. Y los izquierdistas histéricos más preocupados por atacar la globalización que en entenderla. Y los científicos incapaces de divulgar socialmente sus conocimientos -¡pues no vivimos bien en la torre de marfil de las universidades, rellenando formularios y aprendiendo el manejo de nuevas herramientas informáticas!-. Soy un firme partidario de apoyar la solicitud de científicos de una auditoría de la gestión de la pandemia por el Gobierno de España… Pero ya veremos a la hora de la verdad cuántos de esos científicos quieren formar parte de un comité evaluador sometido a las histerias de tertulianos desaforados o de ultraderechistas dispuestos a crucificarles en las redes como no insulten directamente al Gobierno y al doctor Simón.

Debería haber una inversión básica: en política. Una presión social, si se quiere, sobre los políticos, que comenzara por la sociedad civil y quienes en ella tienen mando y representación por clarificar lo que parece bien o mal. Y no para anatematizar a priori todo. Con una cierta elegancia, con distancia de los intereses personales, pero sin caer siempre en la ciénaga de la equidistancia. No podemos esperar que los políticos se serenen si les azuzamos en cada ocasión, si no hay una palabra de reconocimiento a gente que lo está pasando muy mal. Aunque eso sea compatible con la crítica a políticos y políticas al uso, que mantienen actitudes que rozan lo salvaje. La rabia tranquiliza. Pero arreglar no arregla nada. Otro lugar común es: “no nos merecemos tener estos políticos”. Pero: ¿y si no fuera así?, ¿y si estos políticos fueran exactamente los que nos merecemos?, ¿y si la democracia tuviera la tendencia a acabar eligiendo unos cargos que se parecieran muchísimo a la media moral e intelectual del país? Ya sé que la cosa no es tan sencilla, que hay que introducir muchos matices. Pero merece la pena recordar que unos de los rasgos más terribles del trumpismo es el odio a las élites intelectuales. Porque de lo que sí podemos estar seguros es de que cuando más nos acercamos al autoritarismo los gobernantes se vuelven mucho peores que la media de la población. Cada vez que proferimos un ataque genérico a la política es un paso que damos en esa dirección. Nos convertimos en peores personas a las que halagar con emociones y miedos en busca de su voto. 

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