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Francisco García

Maestros y ministros

Ser maestro es mucho más importante que ser ministro, en puridad por razones etimológicas que vienen al cuento. El término maestro deriva del latín “magister”, que a su vez procede del adjetivo latino “magis”, cuyo significado es, como aprendimos en el viejo Bachiller de letras, “más o más que”. En origen, el “magister” romano sería el que destaca o se eleva por encima del resto a tenor de sus conocimientos y habilidades. Antónimo de ese vocablo podría considerarse “minister”, que deriva del adjetivo “minus” y significa “menos o menos que”. Para los romanos, el “minister” era el sirviente o el subordinado poco ducho en habilidades y conocimientos. Han pasado los siglos y los ministros mandan mucho más que los maestros y también cobran más. Desde los ministerios se deciden los contenidos educativos que afectan al magisterio, una profesión devaluada por culpa de los vaivenes políticos de unas leyes educativas sometidas con frecuencia al pairo de los intereses ideológicos y partidistas. En el inicio del segundo curso escolar de la “era covid” hemos conocido con estupor que la ministra de Educación bendice que los alumnos pasen de curso sin límite de suspensos. O sea, que los títulos de graduado en la ESO o el Bachillerato se sortearán en la tómbola de los hermanos Cachichi. ¡Qué alegría, que alboroto, otro perrito piloto! Nunca antes cuatro listos habrán conseguido reclutar semejante legión de tontos. En materia educativa haríamos bien en prestar más atención a la opinión de los maestros que a las ocurrencias de los ministros. (Sirvan estas líneas, además, para evidenciar la importancia de cultivar entre los jóvenes el estudio de las lenguas clásicas, de las que procede nuestro rico idioma).

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