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Marc Llorente

Contundencia encíclica

Lleven ustedes el cartel de católico, agnóstico, ateo, budista, de izquierdas, de derechas, de centro o de lo que prefiera, la última encíclica del papa Francisco merece el mayor interés. No descubre la pólvora, que ya está descubierta, pero sí es un modo de ratificar unos altos valores que deberían tenerse en consideración. Aun así, la vida seguirá igual por obra y gracia de las clases dominantes, de los dirigentes y hasta de la mayoría de la población del mundo. Las cosas cambian, pero nada cambia en el fondo. Algunos cambios pueden ser favorables. Y otros son sencillamente detestables.

Dice el papa (con minúscula, sí, según las reglas de ortografía) que “el mercado solo no resuelve todo”. El sumo pontífice comulga pero sin comulgar con las ruedas de molino del dogma de fe neoliberal, y realiza un canto a la fraternidad y la amistad social que se sitúa enfrente de las reiterativas recetas de los doctores del capitalismo salvaje, utilizadas ante cualquier desafío o dolor. Habla en su texto, de 200 páginas, del “destino universal de los bienes creados”, de la especulación financiera, de la ganancia fácil, como fin, y de los estragos que esto produce. No en la cuenta corriente de los golfos de guante blanco y de los especuladores, sino en la realidad de muchas personas.

El pastor supremo de la Iglesia católica ve una sociedad mundial perdida y que no todo se arregla con la libertad de mercado. Libertad para los peces gordos y mangantes y soga al cuello para los peces pequeños que se dejan comer o no pueden evitar ser comidos. Dicho de otra manera, políticas destinadas a los humildes del barrio sin contar con ellos. Pobre quien pretenda lo contrario, pues la ira de los dioses del Olimpo económico y de los poderes mediáticos más cutres recaerá sobre sus espaldas.

Ya hemos visto la fragilidad de los sistemas mundiales frente a la pandemia, y “sistemas de salud desmantelados año tras año”, refiriéndose a nuestro país y a sus responsables en amplia medida, que siguen en pie de guerra contra el Gobierno de coalición, desde el primer minuto de juego. O la problemática de la pobreza que no se soluciona nunca. Mucho dinero empleado para armas y gastos militares en vez de la creación de un fondo internacional que evite el hambre y fomente el desarrollo de los países más pobres. Por ello, el papa sugiere una reforma de las Naciones Unidas y de la arquitectura económica y financiera. Un proyecto que reunifique a los pueblos.

Los primeros en acatar esta encíclica deben ser los que presumen de ser fieles cristianos. Más de uno promueve lo opuesto, que es una forma de violencia de grupos particulares y de ciertas estructuras de poder. Actitudes xenófobas, desprecios o maltratos hacia los que son diferentes. “Muchos ateos siguen mejor el evangelio de Jesús”, afirma el papa con ahínco y razón.

El santo padre señala la necesidad de hacer memoria histórica de las dictaduras, del horror, desde la perspectiva de las víctimas. ¿Recuerdan cuando, en 2015, el católico Rajoy se jactaba de destinar cero euros a la Ley de Memoria Histórica? ¿Qué van a hacer los santurrones de la derecha y la ultraderecha ante las divinas palabras del obispo de Roma? “Nunca se avanza sin memoria íntegra y luminosa”, dice certeramente el papa Francisco. Ni con los modelos más reaccionarios, Su Santidad. Amén.           

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