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Miguel Ángel Santos Guerra

Cinco rosas para las docentes del mundo

El pasado día 5 de octubre se celebró el Día Mundial de los Docentes. Una excelente oportunidad para agradecer la tarea que realizan cada día en las aulas o detrás de la pantalla. Se viene conmemorando esta fecha desde el año 1994, recordando el aniversario de la Recomendación de la OIT y la UNESCO relativa a la Situación del Personal Docente (1966).

 Esta Recomendación establece criterios de referencia en cuanto a los derechos y responsabilidades del personal docente y normas para su formación inicial y perfeccionamiento, contratación, empleo y condiciones de enseñanza.

El Día Mundial de los Docentes se ha convertido en una ocasión para destacar los progresos alcanzados y reflexionar sobre las maneras de hacer frente a los desafíos pendientes a fin de promover la profesión docente. Se convoca en colaboración con la UNICEF, la OIT y la Internacional de la Educación. Estas organizaciones han lanzado para 2020, dada la especial situación que atravesamos, unas palabras de homenaje:

"Durante esta crisis, los docentes han demostrado, una vez más, una gran capacidad de liderazgo e innovación para asegurar que #ElAprendizajeNuncaSeDetiene y velar por que ningún alumno se quede atrás. En todo el mundo, han trabajado de forma individual y colectiva para encontrar soluciones y crear nuevos entornos de aprendizaje para sus alumnos, a fin de garantizar la continuidad de la educación. También es fundamental el papel que han desempeñado prestando asesoramiento sobre los planes de reapertura de las escuelas y apoyando a los alumnos en el momento de regresar a la escuela".

En este 2020, el Día Mundial de los Docentes rindió homenaje a los profesionales de la enseñanza bajo el tema “Docentes: liderar en situaciones de crisis, reinventar el futuro”. Este Día ofrece la oportunidad de honrar la profesión docente en el mundo, hacer un balance de los logros y llamar la atención sobre el papel desempeñado por lquienes ocupan el centro de los esfuerzos que se llevan a cabo para alcanzar el objetivo mundial de que nadie quede rezagado. 

La pandemia de COVID-19 ha aumentado los desafíos ya numerosos a los que hacen frente los sistemas educativos a través de todo el mundo. No se exagera si afirmamos que el mundo se encuentra en una encrucijada, y que ahora más que nunca, debemos trabajar con los docentes para proteger el derecho a la educación y guiarlo en el contexto evolutivo que ha provocado la pandemia. Durante la pandemia, los sanitarios previenen de la enfermedad y sanan los cuerpos, los docentes cultivan la mente y cuidan el corazón de sus alumnos y alumnas.

La cuestión del liderazgo de los docentes con respecto a las respuestas a la crisis no es solo oportuna, sino también esencial en cuanto a las contribuciones que aportan los docentes con miras a proporcionar un aprendizaje a distancia, apoyar a las poblaciones vulnerables, volver a abrir las escuelas y garantizar que puedan atenuarse las brechas en el aprendizaje. Los debates durante el Día Mundial de los Docentes abordaron también el papel de los docentes en el reforzamiento de la resiliencia y la construcción del futuro de la educación y de la profesión docente. 

Quiero sumarme a ese homenaje mundial entregando a todos los docentes que han sido, son y serán un ramillete simbólico de cinco rosas. He cortado cuatro de ellas en jardines ajenos y una en el propio. (Adolfo Bioy Casares escribió un libro titulado “De jardines ajenos”. Contiene el libro una colección de frases, anécdotas y textos que ha recopilado en las obras de otros autores. Me voy a permitir entrar en otros jardines para recoger las cuatro primeras flores).

Primera rosa. Ken Bain escribió un interesante libro titulado “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”. En realidad, el planteamiento sirve para cualquier otro nivel de la enseñanza. Parte el autor de una de esas ideas que desearías haber tenido tú: en todas las instituciones hay profesores extraordinarios, fuera de serie. Lo dicen, año tras año, los alumnos y las alumnas, los colegas, los directivos, las familias… Pues bien, pensla Editorial Sirio de ase a susoe atravedsamos, paciente cada ó el autor, elijamos un grupo de esos profesionales y veamos cómo son: qué piensan, cómo actúan en el aula, cómo evalúan, cómo se relacionan con la institución… Ken Bain y su equipo eligieron 65 profesores y profesoras de este tipo, investigaron durante largo tiempo y de esa exploración salió el hermoso libro. De él corto la primera rosa: “Cuando uno de estos profesores inicia una experiencia de aprendizaje es como si un amigo invitase a sus amigos a cenar y no como si un alguacil sentase en un banquillo a un acusado”.

Segunda rosa. Parker J.Palmer escribió hace años un importante libro sobre la enseñanza y el aprendizaje. Se titula “El coraje de enseñar”. Es un libro editado en la Editorial Sirio de Málaga y que una amiga me regaló en la ciudad de Santiago de Chile (paradojas de la vida). En él se puede leer lo siguiente: “Maestros y aprendices son compañeros en una danza humana, y una de las grandes recompensas de la enseñanza es la oportunidad diaria que nos concede de volver a la sala de danza. Es la danza de la espiral generacional, en la que los mayores empoderan a los jóvenes con su experiencia y estos a aquellos con su vida nueva tejiendo una y otra vez el tejido de la comunidad humana a medida que se van pasando páginas de la historia”.

Tercera rosa. El pedagogo brasileño Rubem Alves, fallecido hace algunos años, con quien participé en ediciones diversas de la editorial ASA de Porto (solicitadas por nuestro común amigo Matías Alves) escribió un libro corto y hermoso titulado “La alegría de enseñar”. Cuando muchos hablan de la “carga docente”, el autor nos dice que enseñar es una fuente de alegría. Afirma Rubem Alves: “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. Por eso el profesor nunca muere”.

Cuarta rosa. Donald Finkel escribió en la Universidad de Valencia un libro con un curioso título: “Dar clase con la boca cerrada”. Dice el autor en una de las primeras páginas: “El cambio a una enseñanza centrada en la indagación modifica la mayoría de los aspectos de la vida en el aula y permite al profesor enseñar con la boca cerrada. Es la indagación la que enseña. La indagación enseña porque el proceso de indagación induce a uno a aprender. Yo confiaba en aprender de la asignatura que puse en marcha, al igual que mis estudiantes. Y esperábamos compartir los resultados de nuestro aprendizaje con todos los demás”.

Voy a cortar la quinta rosa en un rosal de mi propio jardín. Me refiero al libro “Un ramo de flores para los docenes del mundo”, que publiqué no hace mucho en la Editorial Homo Sapiens de Rosario (Argentina). El libro quiere ser, en su totalidad, un homenaje a lodos los docentes, a todas las docentes. Cito en él a Pennac cuando dice, en su libro “Mal de escuela”, que a él le salvaron la vida tres profesores que tenían una característica común: nunca soltaban a su presa. Y digo al respecto: “Cuando alguno de mis alumnos se presenta a las oposiciones con el fin de convertirse en maestro para toda la vida yo le digo que me gustaría poder felicitarle porque las ha ganado pero que, sobre todo, me gustaría poder felicitar a sus futuros alumnos y alumnas porque el profesor que van a tener será uno de esos profesionales que nunca sueltan a su presa”.

Sé que este humilde homenaje se queda muy corto. Porque los docentes merecen un reconocimiento efectivo por parte de los políticos que gobiernan la educación, de las familias cuyos hijos e hijas la reciben, de los propios alumnos y alumnas y de la sociedad en general. Un homenaje efectivo en forma de cuidado, de ayuda, de gratitud, de reconocimiento y de afecto. No en vano realizan, como me gusta decir, la tarea más importante, más hermosa y mas difícil que se le ha encomendado al ser humano en la historia: trabajar con la mente y con el corazón de las personas.

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