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De espejos y realidades

Los espejos siempre han tenido un componente mágico con infinidad de posibilidades literarias . Eso de ver reflejada nuestra imagen a un palmo de la nariz tiene su cosa. Y más aún si lo que se refleja es el perfil de otro en lugar del propio, como aseguraba un periodista de esta casa sucedía a inicios de legislatura con los socialistas valencianos, que veían la imagen de Mónica Oltra cuando se enfrentaban a este objeto por las mañanas. Me da que no sería para tanto en estos momentos

Joan Fuster por su parte no se andaba con miramientos y en uno de sus aforismos evidenció una visión de la humanidad más descarnada. Si en alguna ocasión, decía el de Sueca, un espejo nos mostrara tal como somos, optaríamos por el suicidio, dado el insufrible contraste entre realidad y la imagen idealizada que sobre uno mismo tendemos a elaborar.

Sea como fuere, si alguna virtud ha tenido esta pandemia ha sido precisamente la de situarnos frente a un espejo, cruel e inmisericorde , pero honesto a fin de cuentas , y revelar la desolación que campa por doquier en el país y de la que más nos valdría ir tomando nota.

Es lo que de alguna manera venía a denunciar el artículo Juan R. Gil en el INFORMACIÓN del domingo con la gestión que se ha hecho en la sanidad valenciana y esa tentación siempre presente en nuestros políticos de negar la mayor y recurrir al trilerismo, sin asumir consecuencia alguna.

Es cierto que el COVID llegó cuando apenas nos habíamos repuesto de las plagas que constituyeron en nuestra Comunidad los sucesivos gobiernos del PP, pero no deberíamos obviar que los del Botànic llevan años al timón y algo tendrán que decir sobre la mejor forma de afrontar el presente y atacar el futuro para salir a delante. Y la verdad es que no hay margen para la complacencia por mucho que con frecuencia parezca que estén encantados de haberse conocido .

En educación sin ir más lejos, más de cinco años de gobierno de coalición, no han conseguido devolver al sistema educativo a la situación previa a los recortes de la derecha, ni en medios o infraestructuras ni en plantillas, ni en condiciones laborales del profesorado, ni en reconocimiento de su labor. Era más urgente armar un determinado modelo educativo para dejar impronta que tapar las evidentes vías de agua que el confinamiento a hecho estallar en sus narices, y que en buena medida estaban en el origen de las mareas verdes que les ayudaron a pisar moqueta.

Si la primera ola nos dejó noqueados sin armas ni recursos para abordar nuestra tarea con dignidad y créanme, mejor no entrar en detalles, la segunda acometida pandémica y la vuelta a las aulas ha hecho saltar todas las costuras que aún resistían en nuestro sistema escolar, mostrando que está a años luz de garantizar la tan cacareada educación para siglo XXI : obsolescencia o inexistencia de equipamiento informáticos, unas conexiones a internet más propias de Abisinia que de la cuarta o quinta, economía europea y, como no, su cronificada masificación, un auténtico clásico. Todo esto ha acabado por dar al traste con los escasos logros que en calidad educativa se habían podido arrancar con mucho esfuerzo y tesón. Así desdobles, laboratorios, aulas de música o tecnología han recuperado su condición de utopía, salvo de las bibliotecas escolares que hace tiempo duermen el sueño de los justos;y los bachilleratos por su parte, y esto es realmente grave, se han visto abocados a una presencialidad “interrupta” que nada bueno habrá de traer por mucho que se rebajen las exigencias en las pruebas selectivas.

Y así, mientras los políticos se desayunan prometiendo montañas “conectadas” e “inteligentes”, sucede que sus partidos condenan a la escuelas valencianas al siglo XIX, por si la plaga no había puesto bien a las claras el camino a seguir.

A inicios de la pandemia, decía Pablo Simón en su artículo “Odiar la educación” que “ si un país tiene antes un plan para ordenar sus playas y terrazas que su sistema educativo, algo no va demasiado bien”; si no puede haber economía sin salud, ¿podrá haber un futuro sin educación? Si las generaciones venideras son las que habrán de apechugar con la ingente deuda que les dejaremos, ¿ no habríamos que equiparles al menos con las armas y recursos para poder salir adelante?

Pues bien que alguien lea las 35 medidas que propuso Puig en el debate del estado de la Comunidad, y después, si no es mucho pedir, nos diga si no se echa en falta algo más las luces largas en cuestión tan capital.

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