Los divertimentos han sido a lo largo de los tiempos fruto de múltiples y variados avances, siempre de acuerdo con las modas imperantes en cada época, fusionándose con la condición básica de sacarle el máximo partido al tiempo de ocio, como medida de resarcimiento a la ocupación laboral, que nos arrebata demasiado de la vida activa.

En la Edad Antigua, las diversiones giraban en torno a los espectáculos de masas, con los gladiadores, el teatro y las carreras en el circo. Por supuesto hay que sumarle las archifamosas bacanales en honor del dios Baco que acababan en auténticas orgías para los sentidos.

El paso de los años ha hecho evolucionar las tradiciones en las formas, pero lo simbólico sigue representando el verdadero espíritu de la diversión de los pueblos. Continúa siendo imprescindible una comilona de cuando en cuando, un baile desenfrenado para aliviar el malestar y unas copas que sirvan de elixir para mejorar el ánimo.

La influencia cultural promociona estilos de vida atávicos que únicamente se desvía de las tradiciones en pequeños detalles. Las necesidades de los jóvenes aumentan con los falsos traumas, intentando camuflarlos con alcohol.

Las bacanales se prohibieron en la Roma antigua por lo que suponían de peligro social. Unos cuantos siglos después lo emulamos en la España moderna y está prohibido beber en la calle como medida coercitiva a esas concentraciones peligrosas de bebedores sin control que pueden acabar en reyertas, destrozos, algarabías y suciedades.

Aunque sabemos que lo que posibilita un cambio de actitud no es la prohibición, sino que la sensibilidad de las mayorías entre en un cauce razonable y razonado donde lo que medie sea la educación y lo que se persiga sea el mantenimiento de la salud. A pesar de ello, en estos meses de prohibiciones por prescripción política, hemos aprendido, más que nunca, el valor de las relaciones interpersonales puras, sin fisuras ni alcoholes que las potencien, por el mero hecho de tenerlas vetadas.

Los botellones que han sido parte activa de muchos movimientos juveniles de diversión y esparcimiento en la normalidad, han pasado a un plano de auténtica añoranza. Somos mediocres hasta para divertirnos.

La incógnita ahora es saber qué pasará con los botellones cuando termine la pesadilla de este virus infame. Estamos teniendo tiempo suficiente para readaptarnos a nuevos formatos de diversión, la cuestión es si las nuevas formas, en el caso de que existan, son suficientes para apagar la sed de alcohol de una parte importante de nuestros jóvenes.